Capítulo Diecinueve

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Lograste hacer que alguien sufriera mucho.

—No estaba esperando a que dijeras que me amas, Sasuke —sus ojos jade reflejaban la luz de Selene, mientras su aliento se convertía en vapor—. Tampoco esperaba que me besaras en ese momento, o que me hicieras una promesa.

—Sakura...

—Lo único que quería, era mirarte —su mano, fría por el clima, salió del interior de la frazada, hasta alcanzar el rostro del moreno—, pero tu cabello —Sakura sonreía. Ella podía reír mientras sacudía el cabello de Sasuke—, tu endemoniado cabello no me dejaba mirarte bien.

—Yo...

—Después dije algo innecesario, porque quería darte fuerza —su mano se retiró entonces, volviendo al protector abrigo de la frazada—. Debí haber sabido que bastaba con repetirte cuánto te amo.

—Te amo.

—Lo sé —Sakura apresuró su mirada hacia la nieve—. Solo me estaba preguntando si será posible que cambiemos algo solo con eso —se encogió de hombros—. ¿Cuándo ha sido suficiente?

—Siempre —garantizó él, para llevar su mano izquierda a su cabellera, acariciando su frente con su dedo pulgar—. Bastó antes, para que yo volviera a casa. Bastó para salvar nuestro hogar, para que yo fuera a ti. Si algo me enseñaste, eso es que el amor lo puede todo. Por eso, voy a emplear todo el amor que siento por ti, en hacerte feliz.

—Feliz, ¿eh?


Capítulo Diecinueve: Impío


Al abrir los ojos, Sakura se encontró con el techo. Después de enterarse de que los sentimientos de Sasuke hacia ella se vieron contenidos el día que se fue, ella pudo sentir un poco menos de culpa, pues no había pasado esos tres años buscándolo en vano. Sasuke la quiso, y suprimió sus sentimientos, fue poseído por la ira cuando su hermano murió, su juicio se nubló y no la atacó porque la odiara, era por algo superior. No le dijo, entonces, lo aliviada que estaba. Tampoco podía decirle que cada vez que recordaba eso sus mejillas se coloreaban de gozo y, por fortuna, el día que siguió a su charla él volvió a salir con su padre, así que no se tocó el tema. Sin embargo, ahora se enfrentaba cara a cara a la situación más peligrosa en la que podría meterse en estos días: ella y él saldrían de compras al pueblo, a solas. De solo imaginarlo se puso ansiosa, y sostuvo el futón con sus manos para cubrirse el rostro, haciéndose un ovillo y removiéndose ahí adentro. Se contenía para no gritar, volviéndose con el pecho sobre la superficie suave, hasta que se estiró con desesperación, sacudiendo los pies que salieron de la tibia protección, igual que sus manos. Ella era una criatura extraña en ese momento, que gimoteaba bajo mientras movía todas sus extremidades a la vista, cubierta de la cabeza hasta las rodillas.

—¿Estás bien? —se detuvo en seco cuando escuchó una voz.

Uno no necesitaba verle el rostro para saber que estaba totalmente avergonzada, con su tez enrojecida y bajando lentamente todas sus extremidades hasta la superficie plana, como si temiera que hacer un movimiento rápido terminara por perturbar más de lo que planeaba, como si fueran a atacarla de hacerlo. Después y, con mucho más cuidado, introdujo las manos al interior del futón, tomándolo por el extremo superior con sus dedos, y atrayéndolo hacia atrás muy lentamente. Sus ojos verdes fueron descubiertos, junto a parte de su cabellera desarreglada, tan solo para encontrarse a una mujer de cabello color chocolate en melena y mirada castaña. Su rostro le pareció terriblemente conocido, aunque estaba segura de que nunca se habían visto en persona y, aun así, ella estaba ahí, abriendo el fusuma con tranquilidad, para encontrarse con la pelirrosa montando tremendo circo. Se miraron la una a la otra y, en ese momento, la mujer entendió que había interrumpido un momento de intimidad, de esos en los que las chicas luchan con sus propios demonios, así que iba a dejarla a solas.

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