Capítulo Veintiuno

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Si tan solo pudiera despertar a tu lado, otra vez...

—¡Mamá, mamá! —una voz infantil interrumpió los pensamientos de Sakura, que había estado ocupada prestando su atención a los documentos de propiedad de su hogar. Sin embargo, nada era más importante que su adorada Sarada, de cinco años de edad.

—¿Qué pasa, Sarada? —preguntó, volviéndose sobre su hombro con su cabello largo, encontrando entonces a esa diminuta criatura.

—¡Mira! —exclamó, mientras extendía en su mano su nueva adquisición—. ¡Es un dinte de leo!

—¿Dinte de leo? —repitió su madre, antes de sonreír con diversión—. Quieres decir, "diente de león", ¿cierto? —emitió una risa baja, mientras se inclinaba frente a ella para verlo mejor.

—¡Sí! ¡Un dinte de leo!

—Ya veo —inclinó su rostro para verlo mejor—. ¿De dónde lo sacaste, Sarada? —sin pensarlo dos veces, ella apuntó al jardín, y Sakura alzó la mirada para ver en esa dirección.

—¡La mamá de Inochin dijo que puedo pedir un deseo!

—Ino, ¿eh? —sonrió al pensarlo, y no dudó qué era lo que su hija estaba planeando. Ella misma lo haría—. Bueno, vamos al patio —señaló—. Debemos pedir un deseo en nuestras mentes, y después soplar muy fuerte para desarmar el diente de león. Si sus hojas vuelan alto y se van todas, nuestro deseo se cumplirá.

—¿De vedad? —preguntó, separando amplio sus párpados.

—De verdad —garantizó ella—. Yo te ayudaré para que nuestros deseos se cumplan, ¿de acuerdo? Pero no debes decirme lo que deseaste, ni a nadie. De lo contrario, nuestro deseo no se cumplirá.

—¡Bien!


Capítulo Veintiuno: Deseo, deseo


Sabía que todos pensaban que estaba enferma, y que por eso no había salido de su habitación aun, pero sería cruel hacerlos esperar. Ella había despertado a mitad de la madrugada, conciliando el sueño, quién sabe cómo, después de la charla que tuvo con Sasuke. Se imaginaba que él había enfrentado más dificultades para dormir, mientras que ella había abierto los ojos a eso de las cuatro, siendo una víctima del silencio. Para las seis se levantó, se puso algo decente, y bajó las escaleras para entrar a la cocina. Necesitaba beber un poco de agua, rehidratarse después de llorar un poco mientras dormía, así como empezar a preparar el desayuno para quienes fueron tan amables con ella al ser engañados completamente. Revisó el refrigerador, pero un ruido en la entrada principal de la casa captó su atención, y no se demoró en asomarse para ver si alguien más se había levantado, aunque parecía ser demasiado temprano para que alguien estuviera en pie un día antes de Noche Buena, cuando podían darse el lujo de dormir hasta tarde. Por algún motivo, se sorprendió bastante al encontrarse con alguien conocido.

—Buenos días, Sakura —ella parpadeó, más sorprendida de lo que debía, pues conocía con anticipación la fecha en la que él vendría.

—Buenos días, Itachi —respondió. Él terminó de sacudirse de encima el frío, mientras metía su maleta con cuidado de no hacer ruido, y la depositaba en la entrada. No demoró en quitarse los zapatos de exterior y escoger unos de interior, ya dispuestos por su madre en el genkan.

—Es temprano, inclusive para ti. No me digas que no haz dormido nada, pues te ves bien descansada y poco desvelada, aunque pareces cansada.

—Dormí en exceso —contestó, tranquila—. ¿Viajaste toda la noche?

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