Capítulo Treintaiuno

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Tokio tenía un olor muy particular. Distinto a los pueblos nevados en los que estuvo pasando las fiestas, la gran ciudad japonesa tenía un aroma mucho menos puro que aquél llenando su olfato en la casa Uchiha. Apenas salió del tren, recordó que esa era la ciudad en la que había muerto su madre, de la que había huido su padre, en la que había sido amada por un joven doctor erudito, la misma ciudad en la que vivía Sasuke Uchiha, a la que le hacía falta su hija. No tenía que pensar en la gran cantidad de personas que fluía a diario, pues los veía andando a su alrededor, algo que parecía un poco incómodo, mientras tomaba su equipaje de la mano del pelinegro y luego caminaban juntos para buscar un taxi. Se separaron apenas volvieron a la ciudad, con un gesto de mano y una sonrisa que pasaba por amistosa, al mismo tiempo que ella subía a un auto que la llevaría a su hogar. Karin, que los había acompañado de regreso, se les quedó mirando con un aire de incredulidad, notando a aquel muchacho que se le figuraba a un cachorro viendo a su amo irse. Le golpeó un sentimiento de ternura, justo antes de ella misma darle un golpe en la espalda, para que se le borrara la expresión que tenía en el rostro... como si no fuera a volver a verla.

—Tuvieron mucho progreso en este viaje —señaló, la pelirroja—. Estoy convencida de que ella al fin podrá aceptarte.

—No he terminado de comprender los sentimientos de Sakura —contestó, Sasuke—. Ella lidia con muchas cosas... no sabe si debe amarme, así que tampoco sabe si debe dejar a Kabuto. Le preocupa nuestra hija, pero también piensa en su carrera. Le molesta la situación con su padre, y extraña a su madre. Por más que lo intente, no sé cómo ayudarla.

—Además, está ese sueño extraño —murmuró, ella—. Creo que se le va a romper la cabeza si sigue pensando tanto las cosas.

—Quizá fue demasiado... mi familia. Fue demasiado, para Sakura, conocerlos.

—Creo que eso ha sido lo mejor hasta ahora, Sasuke —la mano de la pelirroja se alzó, haciendo que un taxi parara—. Los mejores tiempos de las fiestas, para ella, son los que pasó con tu familia. Ellos la hicieron sentir más tranquila.

—Mi padre me dio el anillo de mi madre —dijo él, como un secreto, mientras subían el equipaje de ambos al auto. Karin, por su parte, no pudo contener su sorpresa.

—¿Cómo es eso?

—Él y mi madre están convencidos de que Sakura será mi esposa. Esa es su muy inapropiada forma de darme su bendición, aunque me sorprende que ellos hayan actuado así, siendo que ella sigue estando con Kabuto, y no se contuvo al decirlo.

—No recuerdo que Sakura tuviera un anillo en Konoha.

—La joya existía, pero yo nunca la había visto. Carecía de importancia —le explicó, abriéndole la puerta y subiendo con ella al auto—. Mi madre la tenía oculta, como un tesoro. No era un anillo entonces, tampoco. Era un broche, que se usaba en la ceremonia de matrimonio, por la novia.

—¿Lo usó tu madre?

—Creo haberlo visto en las fotografías, cuando era niño. Pero nunca me importó, así que se perdió tras la masacre.

—¿Tan preciso tiene que ser todo en esta vida? —aquejó, entonces, ella—. Las personas que nos rodean, los objetos... solo falta que obtengas tus armas de Orochimaru y recuperes tus habilidades oculares.

—No creo que vayamos a llegar a tanto —burló, él—. Resulta que mis armas están ahora en un museo, son reliquias. No todo es tan exacto.

—En fin... ¿qué piensas hacer con el anillo?

—No puedo hacer nada con él, ahora —suspiró—. Sakura correría en dirección contraria a mí, así que primero debe ocuparse de sus asuntos. Le daré un poco de tiempo para que lo haga. Estaré esperando y, cuando podamos estar juntos, se lo daré.

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