«No va a volver a pasar, te quiero».
No va a volver a pasar, me quiere.
Cubro el golpe de mi mandíbula con maquillaje hasta que el moratón desaparece. Estoy algo pálida y las ojeras resaltan demasiado sobre el tono claro de mi piel. No puedo evitar pensar en mi madre al ver mi reflejo en el espejo, tengo sus mismos ojos, tan marrones como la tierra. Siempre que me miro la veo a ella y creo que es una forma bonita de mantener su recuerdo vivo.
Peino mi cabello castaño en una coleta alta y paso las manos por mi camisa blanca para alisarla. Tras agarrar los bordes de mis vaqueros, tiro de ellos hacia arriba para impedir que se sigan cayendo por su propia cuenta. Suspiro y fuerzo una sonrisa, intentando armarme de valor.
Vamos, Wendy. Sé fuerte.
Le echo un vistazo al reloj de muñeca; llego tarde otra vez, no hay día que no salga con retraso de casa. Trabajo todas las mañanas en una cafetería de Madrid, por Gran Vía, y los clientes suelen estar ahí antes que yo. Soy una tardona.
Me encamino hacia la cocina para ver si me da tiempo desayunar algo antes de irme, pero en el momento en el que me dispongo a abrir los cajones de los muebles de la encimera y la nevera, me percato de que no tengo nada. Solo una caja de cereales en la que apenas quedan las migas. Qué desastre.
Ignoro los rugidos de mis tripas y me dirijo hacia la entrada. Allí cojo una chaqueta de entretiempo para que el frío matutino no penetre en mis huesos y una pequeña mochila marrón dónde llevar mis pertenencias. Después de asegurarme de que no me dejo nada, salgo de mi hogar y llamo al ascensor.
De forma instintiva le echo una rápida mirada a las escaleras. Podría bajarlas corriendo y así no tener que estar esperando, sin embargo, al recordar que resido en un octavo piso, la idea se esfuma de mi cabeza. Además de tardona y desastre, soy una vaga profesional.
Unos segundos más tarde, las puertas del elevador se abren. Entro en él a la carrera y mis ojos se cruzan con unos iris de un gris verdoso que no he visto nunca antes. Estos pertenecen a un chico joven, igual o un poco más que yo, alto y delgado. ¿Desde cuándo vivirá aquí?
Su cabello rubio, al ser más largo por la zona del medio que por la de los laterales de su cabeza, hace que tenga un efecto despeinado en él. Incluso unos mechones revoltosos caen sobre sus párpados.
—Buenos días —saludo.
El muchacho no dice ni una sola palabra, solo me mira con una expresión facial tan seria que consigue ponerme los pelos de punta. Aparto la vista de él y presiono el botón de la planta baja. Las puertas se cierran y nuestro viaje empieza.
—¿Eres nuevo en el edificio? —inquiero, mirándole de reojo—. No te he visto por aquí antes.
Se encoge de hombros. Vaya, le ha comido la lengua el gato.
El ascensor llega a la planta baja y el chico, sin dirigirme la palabra y mucho menos la mirada, lo abandona. Arqueo una ceja algo confundida por su actitud y le sigo hacia la salida del edificio. Abre la puerta y sin siquiera molestarse en sujetarla para dejarme pasar, la suelta y continúa con su camino, provocando que esta caiga contra mi brazo y me haga daño.
Me quedo atónita. Es un maleducado.
Nada más poner un pie en la calle busco a mi nuevo vecino por los alrededores y, en cuanto lo diviso a los lejos, no dudo en hacerle saber mi descontento.
—¡Adiós, eh! —grito.
Espero a que se dé la vuelta para que pueda terminar de echarle mi sermón, mas no me hace caso.
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Luna de miel
RomanceWendy lucha para salir de una relación tóxica con ayuda de sus seres queridos y de un chico muy borde que se encuentra cada día en el ascensor. * Wendy Martínez está atada a una relación que no tiene rumbo, que no llegará a ningún puerto y que está...