🌻 Capítulo 26

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Tres días después:

Doy vueltas al café con la cucharilla, perdiéndome en la espiral que creo con cada movimiento y sintiéndome tan vacía que ya no sé ni que sentimientos o emociones predominan en mi ser. Escucho como Víctor hace ruido en mi habitación, por lo que intuyo que se está preparando para irse a trabajar; en estos días no hemos tenido conflictos de ningún tipo, y no sé si es una mejora en nuestra relación o una tregua en la que me tengo que preparar mentalmente para abrirle los brazos a otra guerra en la que volveré a perder yo.

Daniel ha respetado mi decisión de alejarnos el uno del otro, pues no he vuelto a tener noticias suyas desde que aquel día, de madrugada, vino la policía a casa. Al principio pensé que él había denunciado a mi novio por haberle pegado, pero no había sido él. Aquellos dos agentes no venían con la intención de detenerle, sino de hablar conmigo. Alguien había denunciado a Víctor por malos tratos hacia a mí y ellos venían a comprobarlo. ¿Quién? No lo sé. Tal vez fueran los vecinos que presenciaron la agresión o Silvia. Aunque aquello solo hizo que el miedo en mí aumentase.

La mujer uniformada quería mantener una conversación conmigo a solas, pero Víctor no estaba de acuerdo con ello y me estuvo presionando con la mirada para que no hiciera nada de lo que pudiera llegar a arrepentirme. Me sentía tan atrapada a pesar de tener a aquellas dos personas en representación de la autoridad cerca de mí, que no fui capaz de dar el paso y decirles que, efectivamente, mi prometido no se portaba de la mejor manera conmigo y que le había metido una paliza a mi amigo. Quería hacerlo, quería hablar con aquellas personas, quería decirles la verdad, sin embargo, no pude.

—Cariño, me voy a trabajar —avisa Víctor, asomándose a la cocina—. Tal vez venga pronto, solo voy a ayudar un poco a mi padre a dirigir la nueva reforma.

Él se abrocha el cinturón, lo que me hace tragar saliva y temblar ligeramente en el sitio al recordar el uso que le daba para castigarme.

—Está bien. —Asiento con la cabeza.

Me sonríe y lanza un beso al aire. Acto seguido, se gira hasta quedar de cara a la salida, pero cuando lo hace, su mirada se queda fija en el suelo. Veo como su ceño se frunce con confusión y como se agacha para recoger algo. En cuanto se vuelve a poner en pie, lo hace con una hoja de papel doblada en sus manos. La desdobla y, mientras la lee, se va adentrando en la cocina.

—¿Qué es? —quiero saber.

—Propaganda.

Sin más, empieza a romper el folio en cachitos y a tirarlos en la basura que hay en la esquina del lugar. Arrugo el entrecejo al presenciar cómo se toma su tiempo en destrozar esa hoja en trozos muy pequeños, demasiado pequeños; eso no tiene pinta de ser una simple promoción de algo. Una vez que ha finalizado, remueve la basura para ocultar los papelitos, después pasa por mi lado, acaricia mi cabello con una de sus manos y sale de mi hogar sin nada más que decir.

En los minutos que me tomo para ver si Víctor no tiene la intención de regresar a por cualquier cosa se le haya olvidado, aprovecho para terminarme el desayuno. Luego de dejar la taza en el fregadero para limpiarla más tarde, me arrodillo enfrente de la papelera y comienzo a buscar los trozos pertenecientes a la hoja que el chico que vive conmigo ha roto a conciencia. Me tiro cerca de una hora en sacar todos y cada uno de los cachitos, o casi todos, no lo sé con exactitud.

Tras recogerlos todos, me dirijo a mi dormitorio y los dejo en el suelo, lo más cerca de el ventanal de mi balcón para aprovechar la iluminación del sol de la mañana para colocar y reconstruir la carta. Antes de ponerme a hacer nada, me encima dirijo hacia el armario y saco la caja de la costura, lugar en el cual tengo un rollo de celo transparente. A continuación, y sin perder más tiempo, me arrodillo en el suelo y comienzo con mi tarea de juntar y pegar las piezas.

Luna de mielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora