El olor a tierra mojada inunda las fosas nasales de mi yo de dieciocho años, el frío me penetra hasta en los huesos como si de cuchillas se tratasen y mi cuerpo tiembla bajo el abrigo que Víctor me ha prestado de camino a comisaría. Uno de sus brazos rodea mis hombros y me presiona contra su pecho para hacerme entrar en calor, cosa que me cuesta. Ambos nos encontramos sentados en un banco, cerca de la entrada del edificio, a la espera de que los policías vengan a decirnos lo que ha podido suceder en mi casa antes de que yo llegara. Llevamos cerca de dos horas aquí, viendo a gente del cuerpo policial entrar, salir y atender a otros ciudadanos.
Yo ni siquiera puedo articular palabra, todo a mi alrededor me resulta ajeno, como si yo no perteneciese al mundo en el que estoy. De alguna forma me siento lejos, siento que ya no pertenezco a este lugar; sin embargo, la presencia de Víctor es la única que me hace comprender que sigo aquí, viva y que no puedo desaparecer así sin más como mi cabeza lleva pensando hace unas cuantas horas atrás. No puedo desvanecerme como el polvo.
Sus dedos se entrelazan con los míos, congelados y agradecidos de tener una fuente de calor a la que aferrarse. El beso que deja en mi frente me hace cerrar los ojos y apretarlos con fuera mientras noto como las lágrimas vuelven a recorrer mis mejillas, una detrás de otra. Me susurra al oído que todo estará bien y que lo superaremos juntos, que se mantendrá a mi lado. Y entiendo que él es mi fortaleza.
Al cabo de unos minutos, un policía se pone ante nosotros con una llave y una carta entre sus manos. Me dice que mi madre mató a aquel hombre y que después se suicidó. Al darme ambos objetos, me explica de lo que se trata; la llave es del cuarto en el que mi madre me encerraba cuando era pequeña y la carta es lo que ella quiere que sepa.
Me aconseja leerla.
Pero no puedo.
Así que no lo hago.
Esta vez, cuando me despierto, no lo hago sobresaltada y con la respiración atropellada. Sino entre lágrimas que me hacen hundirme en ese recuerdo, hasta el punto de volver a partirme el corazón en miles de pedacitos. Me permito quedarme unos segundos en la cama para llorar a gusto y desahogarme hasta que quedarme tranquila. Una vez que me recompongo, me levanto de la cama y me dispongo a darme una ducha rápida antes de irme a trabajar. Gracias a mi reconciliación con Víctor, he podido regresar a mi casa si problema.
Después de haberme aseado, vestido, desayunado algo y lavado los dientes, salgo de casa y me apresuro a llamar al ascensor. Mientras que este se digna en llegar, me cercioro de que llevo todo lo que necesito, como siempre. Llevo todo, perfecto. Hoy no soy tan desastres como otros días.
Las puertas del elevador se abren y Dani aparece ante mí con el jersey negro y ancho que ya le he visto más de una vez; me gusta cómo le queda. Al muchacho se le ilumina la cara al verme, lo que me hace sonreír. Él no sabía que había vuelto a casa después de haber arreglado las cosas con mi novio, así que supongo que le ha tomado por sorpresa.
—Buenos días —saludo al entrar.
Él me sonríe y procede a sacar su bolígrafo y libreta para comunicarse conmigo. Presiono el botón del bajo y luego presto atención a mi vecino, quien se encuentra escribiendo algo para mí. Lo tacha unas cuantas veces, hasta el punto de acabar por arrancar la hoja garabateada, pero logra encontrar las palabras que busca y no tarda en mostrármelo.
"Esta tarde nos vemos ;)."
—No lo he olvidado, tranquilo. —Me río—. Me hace mucha ilusión.
Escribe otra vez, esta vez por un tiempo más largo.
"No esperes verme a la vuelta, me quedo con mi familia. Mi hermano y yo te pasamos a buscar luego para irnos."
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Luna de miel
RomanceWendy lucha para salir de una relación tóxica con ayuda de sus seres queridos y de un chico muy borde que se encuentra cada día en el ascensor. * Wendy Martínez está atada a una relación que no tiene rumbo, que no llegará a ningún puerto y que está...