🌻 Capítulo 39

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Al día siguiente, a eso de las cinco de la tarde, tal y como me dijo Daniel ayer en su cumpleaños, vamos de camino al lugar que él quería mostrarme. Llevamos cerca de media hora de camino, ambos dados de la mano y callejeando por Madrid hacia nuestro destino, el cual todavía desconozco. Se ha empeñado en guardar silencio sobre todo lo que respecta a ese sitio, pues prefiere contarme sobre ello una vez que estemos allí para darme un acompañamiento visual a su pequeña anécdota. Al menos, me ha adelantado que tiene que ver con la foto de su grupo de amigos que vi en su habitación el día anterior y que es donde invirtió unos cuantos años de su vida.

No pasan más de tres minutos y Dani me guía hasta unas escaleras que descienden pegadas a la fachada de un edificio. Al final de estas hay una pequeña puerta metálica de color azul marino, cerrada con un candado. Ambos bajamos y, en cuento estamos frente a la entrada, él saca una llave y abre la cerradura. Tras coger el candado y guardárselo en uno de los bolsillos de sus vaqueros, me invita a entrar con una tímida sonrisa plantada en el rostro. Yo le devuelvo el gesto y hago lo propio.

Cuando accedo al local, lo primero que llama mi atención son las diversas fotografías enmarcadas en cada hueco de las paredes, casi ni se puede ver el color blanquecino que hay debajo. Hay un par de sofás en el centro de la sala y una mesa central donde hay una caja de cartón cerrada debajo y un montón de papeles esparcidos por encima. Hay varios muebles empotrados que sostienen algún que otro trofeo en forma de guitarra, micrófono o nota musical. También puedo ver una guitarra eléctrica de color rojo perfectamente colocada sobre su soporte, una batería, un teclado y una guitarra acústica sobre una mesa más grande que hay al fondo, la cual también está a rebosar de cajas de cartón, material de escritura y papeles. Al fondo de la estancia puedo ver el cuarto de baño, la puerta entreabierta me deja divisar un lavabo.

—Confirmamos que fuiste integrante de un grupo —hablo mientras camino hacia las estanterías con los trofeos para poder verlos más de cerca—. ¿Cuándo nació todo esto?

—Hace siete años —responde en la lejanía—. Nos adueñábamos de la clase de música con el permiso de nuestro profesor y, entre tontería y tontería, surgió. Encontramos este sitio en venta y... así hemos estado desde entonces.

Voy pasando las yemas de mis dedos con cuidado por la inscripción de cada trofeo, donde pone la fecha, la categoría y los representantes del premio en cuestión. Han ganado unos cuantos a la mejor canción, melodía, solo de guitarra... Algunos del primer puesto, otros del segundo o el tercero. Incluso hay un par de trofeos de consolación al no haber quedado entre los tres primeros ganadores.

En cuanto termino de verlos, doy unos cuantos pasos hacia atrás y, al ver algo en el techo que capta por completo mi atención, miro hacia arriba. Hay una especie de bandera enrome de tela en la que pone "Gatos de callejón" en letras negras sobre un fondo blanco, acompañado de la silueta de cinco gatos a la vera de una farola; uno de ellos está sentado, otro tumbado, otro trepa por dicha farola y, los dos restantes, se ven sumergidos en una pelea gatuna, pues sus cuerpos están erizados. El nombre me suena bastante, creo que los conozco de antes.

—¿Cómo habéis subido eso ahí?

—Con una escalera y mucho cuidado. —Se posiciona detrás de mí, pegado a mi espalda y con sus manos sobre mis codos.

—¿Ese es el nombre de vuestro grupo? ¿Por qué se llama así?

—Sí —susurra contra mi oído, poniéndome la carne de gallina—. Ya has podido ver que el local se encuentra dentro de un callejón. Pues bueno, cuando vinimos por primera vez después de comprarlo, nos topamos con que dentro había unos cuantos gatos refugiados del frío. Nosotros ocupamos su lugar. —Se ríe al recordarlo—. Siento si te esperabas algo más filosófico.

Luna de mielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora