La presión en el pecho ha ido en aumento desde que hemos salido de Benicasim; a cada kilómetro que avanzábamos mi estómago se encogía, las palmas me sudaban y la respiración se me agitaba, así como el sentimiento de ahogo que invadía mi ser siempre que Víctor se colaba entre mis pensamientos. La ansiedad de no saber exactamente lo que iba a pasar en el instante en el que pusiera un pie en casa me estaba matando. Ahora estamos enfrente del portal de mi hogar, dentro del coche aparcado esperando a que mi cuerpo decida dejar de temblar y tranquilizarse, tirar el miedo a la parte trasera y seguir viviendo como lo he estado haciendo durante estos días en el apartamento de Daniel en la playa. Cuando hemos parado en casa de la familia Armendáriz para comer con ellos se me pasaron todos los males, pero ha sido llegar aquí y regresar todos de golpe a mi ser.
Él se encuentra a mi lado, en el asiento del conductor sosteniendo una de mis manos mientras que yo no aparto la mirada de la ventanilla, observando la entrada del edificio donde he vivido tantas cosas, buenas y malas. Bueno, más malas que buenas, pensándolo muy fríamente. Porque todo lo que he creído haber vivido en paz, armonía y felicidad, ha sido una mentira. Todos esos recuerdos que guardo durante mis años de vida en ese piso del octavo, han sido un infierno: mi madre encerrándome en la habitación de los girasoles, entrando para abrazarme mientras lloraba después de haber estado horas incomunicada, la presencia de un hombre en la casa que me pasaba desapercibida hasta que fui creciendo; Eva derrotada, dolida, acabada, muerta en vida, con unas muy marcadas ojeras bajo sus ojos, la piel agrietada, marcada y unos labios estirándose en una falsa, pero tranquilizadora sonrisa que tapaba todo aquello que podría herirme; el cuerpo de mi padre ensangrentado en el suelo, el de mi madre en el cuarto de baño y yo sola sin saber qué hacer. Juré que no dejaría entrar más violencia en esa casa, pero lo hice, dejé entrar a un demonio angelical que fue arrancando las plumas de mis alas poco a poco hasta que ya no pude volar, que fue echándome arena en los ojos hasta dejarme ciega y que fue haciendo de mi mente la suya hasta que no pude pensar por mí misma. Me estuvo matando y yo le recibía entre besos y abrazos, ¿cómo no he podido darme cuenta antes?
—¿Estás lista? —me pregunta el rubio sacándome de mis pensamientos.
Respiro hondo y le miro; su expresión facial me muestra lo preocupado que está por mí y lo único que puedo hacer es asentir y regalarle una sonrisa para hacerle saber que me encuentro bien dentro de lo que cabe. Él se desabrocha el cinturón, se inclina sobre mí y me deja un beso en la mejilla antes de bajarse y dirigirse hacia el maletero a sacar mis cosas. Me relamo los labios y, cuando me ramo de valor, me bajo del vehículo y me encamino hacia la parte trasera para echarle una mano a mi novio.
Mientras recojo mis pertenencias, no puedo evitar mirar a mi alrededor con una paranoia que hace mi estado un terreno inestable; me está ocurriendo exactamente lo mismo que cuando denuncié a mi ex, temo verle en cualquier momento en el lugar menos esperado, me da miedo verle sin haberlo visto realmente, creando mi cerebro una imagen a escala real de él para alterarme más.
—¿Subes conmigo, por favor? —pido en un susurro.
Me da terror encontrármelo justo en la puerta de mi casa.
—Por supuesto.
Cerrado el maletero y el coche, Dani entrelaza su dedo meñique con el mío de la mano que me queda libre y ambos nos aproximamos al portal de esta forma, haciéndome recordar la primera vez que nos hicimos una promesa y la sellamos de esta manera. No me suelta hasta que tengo la necesidad de sacar las llaves y abrir la puerta. Hecho esto, nos dirigimos hacia nuestro amado ascensor, nuestro punto de encuentro de tiempo atrás, y el chico a mi vera presiona el botón para que este descienda.
Segundos más tarde, este llega a nuestra planta y podemos entrar en la cabina sin problema. Presiono el botón del octavo, haciendo que las puertas se cierren y nos dejen sumergidos en la nostalgia que estas cuatro paredes nos transmiten. Siento el cuerpo de Daniel acercarse mucho al mío y, al alzar la mirada, veo que su cara está a pocos centímetros de la mía. Me mira de esa forma que tanto me gusta, como si fuera su sueño cumplido.
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Luna de miel
RomanceWendy lucha para salir de una relación tóxica con ayuda de sus seres queridos y de un chico muy borde que se encuentra cada día en el ascensor. * Wendy Martínez está atada a una relación que no tiene rumbo, que no llegará a ningún puerto y que está...