🌻 Capítulo 24

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Siento como unos labios en el lado derecho de mi sien me despiertan, haciéndome abrir los ojos levemente. Veo a Víctor, ya vestido y listo para irse a trabajar. Vuelvo a juntar los párpados en el instante en el que su acción finaliza. Le escucho caminar por la habitación hasta que sus pasos se perciben lejanos, por lo que supongo que ha salido del dormitorio. Esto lo confirmo en el momento justo en el que oigo la puerta abrirse y cerrarse a los pocos segundos. Se ha ido. Estoy sola.

No soy capaz de quedarme dentro de la cama por más tiempo, tengo la hora de ir a trabajar cogida y me es imposible conciliar el sueño. Víctor me ha despedido de mi puesto, yo misma me he despedido de él para complacerle. Tal vez haya sido una completa estupidez tomar esa decisión tan precitadamente, pero ¿qué habría sido de mí si hubiese desobedecido el deseo de mi ahora prometido? No puedo dejar de pensar que la única culpable aquí soy yo. He podido hacer las cosas de otra forma, por las buenas, pero no lo he hecho. Me he enfrentado a su autoridad más de una vez, e incluso de dos. Me mata por dentro pensar que, posiblemente, si me hubiera comportado mejor, esto ahora mismo no estaría sucediendo.

Dejo de lamentarme y me dispongo a levantarme de la cama para poder prepararme el desayuno. Camino por el pasillo con pies de plomo y totalmente agotada, me preparo el café y me siento en la mesa de la cocina a tomármelo o, al menos, intentarlo. La taza de cerámica me calienta las manos de una manera que siento agradable, excepto la zona en la que tengo el anillo de compromiso puesto, esa se mantiene fría.

Me quedo varios segundos observando el contenido mientras lo remuevo con una cucharilla, inmersa en el vacío de mis pensamientos, pero unos golpecitos en la puerta me sacan de inmediato. Ceso el meneo del café y observo la entrada de la cocina, decidiendo si ir a abrir o quedarme dónde estoy como si no pasara nada. No obstante, al volver a escuchar el llamado, me pongo en pie y camino hacia la entrada. Al abrir, es Daniel quien aparece ante mí, por lo que carraspeo con la garganta, hago el esfuerzo de cambiar mi cara y me pongo recta.

—Hola, Dani. —La voz me sale un poco afónica al principio—. ¿Cómo estás?

Él no me responde de ninguna forma, aunque su expresión facial me muestra que no está muy bien. Parece estar algo entristecido, de hecho, creo que está intentando retener esa ansiedad que le ataca de vez en cuando. Su cuerpo está tenso, sus manos apretadas, cejas caídas y la respiración pesada, como si le costase respirar.

—Dani, ¿qué te ocurre? —Empiezo a preocuparme.

Abre la boca, queriendo decirme algo, pero no le sale la voz. Sé que se está forzando para poder hablar, pero no lo conseguirá de esa manera. De hecho, creo que es uno de los motivos por los cuales le está comenzando a dar un ataque de ansiedad. Enseguida, doy un paso hacia él y rodeo su cuello para atraerlo hacia a mí y abrazarlo. Sus brazos no tardan en enrollarse con fuerza alrededor de mi espalda baja y su cara se entierra en el hueco de mi cuello; noto su cálido aliento chocar contra mi piel, erizándome el vello.

—Respira, tranquilo, respira —susurro acariciando su cabello con una de mis manos—. Respira despacio.

El chico me hace caso y coge una bocanada de aire para liego ir soltándolo de a poco. Voy notando como su cuerpo se relaja con el paso del tiempo y cómo logra relajarse a su ritmo, sin separarse de mí ni un solo centímetro. Cuando él se siente mejor, deshace nuestro enlace y me mira a los ojos, dispuesto a probar a hablar de nuevo.

—Escríbelo, no te fuerces —le pido frenándole.

Él asiente en respuesta afirmativa y procede a sacar su libreta y bolígrafo. Al encontrar una hoja limpia, escribe con rapidez y con una leve tembladera en sus manos; está bastante más nervioso de lo que creía. ¿Qué le pasará? Una vez que termina, me lo muestra.

Luna de mielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora