🌻 Capítulo 29

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Escucho voces a mi alrededor en forma de eco, las cuales van cogiendo claridad conforme voy volviendo en mí. Intento abrir los ojos, sintiendo los párpados muy pesados, lo que me dificulta la tarea. Tengo el cuerpo molido y el cuello rígido, al poco movimiento que hago, me duele y debo dejar de hacerlo para que este cese por unos instantes. El dolor en el área de la caja torácica me es insoportable, lo que hace que una mueca se haga presente a mis labios.

Mientras continúo con mis intentos fallidos de abrir los ojos, llevo una de mis manos a mi rostro, notando así unos tubos finos que se acoplan a mi nariz y que pasan por mis mejillas hasta a saber dónde. Bajando hasta mi cuello, me topo con que tengo puesto un collarín que me limita la movilidad. En cuanto logro entreabrir un poco los párpados, una luz blanca se cuela por la apertura, deslumbrándome. Hago un último esfuerzo hasta lograr abrirlos completamente, cosa que aprovecho para mirar a mi alrededor y poder saber el lugar en el que me encuentro; estoy en una habitación de hospital, con una máquina a uno de mis laterales que conectan con la vía que tengo en la muñeca.

Justo enfrente de mí, en un sillón que hay cerca de los pies de mi camilla, se encuentra sentada Catalina con Adriana sobre sus piernas. La niña presta atención a un coche de juguete que tiene entre sus manos y el cual hacer rodar sobre el brazo de mi amiga. A su vez, Cata está dentro de la conversación que están teniendo Bruno, José, Silvia y Saray a poca distancia de ellas. Escucho que están tratando el tema de lo que pasará conmigo a continuación, soltando idea tras idea para ver qué es lo que sería mejor para mí.

—¡Wendy está despierta! —grita la niña a la vez que pega un salto hacia el suelo y corre hacia a mí.

Cuando llega a mi lado, se acurruca al borde de la cama para mirarme con expectación. El resto de presentes me miran y sus rostros de preocupación es lo único que destaca en ellos. Silvia se ofrece a ir a buscar al doctor y los demás se aproximan a donde estoy postrada para ver cómo me encuentro.

—¿Te duele algo? —pregunta Catalina.

—Todo —respondo con la voz un poco afónica—. ¿Sabéis algo de Víctor?

—Se fue cuando entré a por ti —habla Saray—. No ha aparecido por aquí ni nada.

—Y más le vale que no lo haga —interviene José—. Como le vea, le destripo.

Al mínimo pensamiento que pasa por mi cabeza de lo ocurrido, hace que mis ojos se enrojezcan a causa de las lágrimas que luchan por salir. El sentimiento de culpa que he sentido muchas otras veces se apodera de mí y me siento como un deshecho. Bruno no tarda en agarrar una de mis manos y apretarla con fuerza para darme todo el apoyo que puede; su hermana hace exactamente lo mismo con la que me queda libre.

—Buenas tardes. —Una nueva voz se hace presente en el lugar—. ¿Cómo se encuentra mi paciente?

Al dirigir la vista hacia la entrada a la habitación, me topo con un doctor joven y a Silvia justo a su lado, quien me dedica una cálida sonrisa al verme despierta. Mis amigos se apartan de mí un poco para darle mejor acceso al chico.

—Algo adolorida —contesto entre quejidos.

—Luego te traemos algo para calmarte un poco los dolores, ahora te voy a decir lo que te ha pasado y lo que hemos hecho —me dice con amabilidad—. Tienes una contusión leve en el cuello y te hemos puesto el collarín para minimizar las dolencias. También tienes rotas tres de tus costillas del lado derecho y una de ellas te ha perforado el pulmón causándote un hemoneumotórax unilateral, que es la entrada de aire y sangre en el espacio pleural. Hemos hecho una pleurotomía para drenarlo y te hemos dejado la sonda puesta por aquí... —Levanta un poco la sábana y me muestra un tubo que conecta con mi costado derecho, tapado con un vendaje—... para ayudar a tu pulmón a expandirse de nuevo. Te quedarás unos días ingresada con eso, ¿vale? Ah, y te hemos dado nuevos puntos en la ceja.

Luna de mielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora