Despierto en un lugar desconocido, los rayos del sol penetran en mis retinas hasta el punto de hacerme cerrar los ojos por unos segundos para que esa molestia se vaya disipando poco a poco. Siento una brisa marina golpear mi rostro con suavidad y enredarse en las hebras de mi cabello, el calor y la humedad salada impregnarse en cada poro de mi piel, de mi ser... El sonido del mar y el mecer de las olas me hacen sentir en calma, así que respiro en profundidad y disfruta de ello hasta que mis pulmones agradecen tan agradable tregua.
—Wendy. —Una voz masculina arruina mi tranquilidad.
De pronto, el cielo se ve cubierto de nubes negras que tapan hasta el más mínimo ápice de luz solar. Escucho truenos lejanos que se van acercando hasta que suena como si una guerra se estuviese sucediendo ahí arriba, o que estuviese a punto de comenzar aquí abajo. Cuando un rayo contrasta contra la espesa negrura, las gotas de lluvia fría comienzan a caer contra mi cuerpo y el oleaje nos enviste con fuerza.
Me incorporo con lentitud, apoyando mis manos sobre un suelo de madera rasposo. Cuando quedo sentada, mis ojos se topan con el cuerpo de Víctor parado y de pie junto al mástil; estoy en un barco. Miro a mi alrededor y veo como la estructura del navío está destrozada como si la hubiesen bombardeado cañones hace no mucho. Prestando más atención a lo que sucede, llego a escuchar su agonía ahogada en el agua que lo está devorando, que nos está devorando junto a él.
—Wen... —susurra dando un paso hacia a mí.
Yo no dudo en levantarme y retrocederlo. Él se queda quieto y me muestra una expresión facial que denota confusión y tristeza. Sus ojos se aguan y no tardan en llorar, como si no estuviésemos bastante inundados ya. Hace que le vea arrepentido y entristecido como todas esas veces anteriores, como un animalillo indefenso que depende de alguien más para su supuesta supervivencia, de mí.
El hombre ante mí va a probar a acercarse de nuevo, no obstante, el sonido de madera siendo resquebrajada y un movimiento brusco, hacen que cada uno nos tambaleemos hacia un lado. Él se aferra al palo del mástil y yo caigo de espaldas contras los escalones que llevan hacia el timón. El barco agoniza y Víctor se desespera. Estoy asustada y no sé qué narices hacer al respecto, solamente lloro mientras que espero a que la tormenta cese y nos dé esa paz ansiada entre ambos. Esa paz que parece llegar pero que siempre pasa de largo.
—¡Wendy, ven conmigo! —suplica entre lágrimas—. ¡Salvémonos! Salgamos de esta juntos...
Trago saliva y no le respondo. El navío vuelve a chirriar y ya puedo sentir el agua acariciando los dedos de mis pies. Miro hacia abajo, nos estamos hundiendo, el mar nos está engullendo. Recuperada la calma, Víctor avanza hacia a mí, pero se queda atascado a unos cuantos pasos; algo le está deteniendo y no tardo en divisar un cabo atado a su tobillo que le mantiene preso del mástil, obligándole a permanecer en cubierta. En cuanto él se percata de este detalle, su ansiedad aumenta.
—¡Wendy, ayúdame! —pide entre sollozos—. Ayúdame... ¡No me dejes morir!
Me abrazo a la barandilla de las cortas escaleras sin dejar de mirarle, sin dejar de notar el agua cubriéndonos cada vez más. Grita mi nombre a cada segundo que ve como el mar avanza sobre nosotros, como cada vez estamos más cerca de un inevitable naufragio.
Me pongo en pie y me asomo por el borde del barco, viendo como el agua forma remolinos alrededor de la estructura, como si fuera un depredador y nosotros su presa. Hago pasar la saliva por mi garganta, debatiendo conmigo misma lo que hacer, si saltar o quedarme dónde estoy. El miedo se apodera de mí una vez más y se niega a que me zambulla en el océano que quiere vernos en sus profundidades.
—¡Wendy, por favor! —chilla Víctor con desesperación—. ¡No me dejes! ¡Ayúdame!
Le miro. Está acuclillado, intentando desatarse por sí mismo, pero no lo consigue, es como si ese nudo estuviera demasiado fuerte como para que sus dedos pudieran quitárselo de encima. Sus lágrimas le descienden por el rostro y sus ojos me observan con pánico; tengo que ayudarle.
—No me dejes...
Se incorpora y me tiende una mano para que se la tome; no puedo dejarle, todavía hay un aparte de mí que se niega a ello. Me aparto con lentitud de mi actual posición con los ojos empapados y doy un paso hacia a él, provocando que la madera bajo mis pies se resquebraje y abra una grieta por la que comienza a salir más agua. La esquivo con rapidez y corro hasta que nuestras manos se entrelazan, lo que provoca que el navío caiga por babor y el mar nos devore completamente sin mayor demora.
La corriente marina mueve mi cuerpo a su antojo, pero no me desengancho de mi amarre en ningún momento. Retengo todo el oxígeno en mis pulmones hasta que me duelen y saco fuerzas de donde no las tengo para no separarme de Víctor. Estamos unidos por una de nuestras manos, aferrándonos a nuestras muñecas con una desesperación enfermiza y mortal, mirándonos a los ojos con fijeza mientras que la única que se ahoga soy yo.
Siento que sigo llorando a pesar de no notar las lágrimas recorrer mis mejillas debido a la cantidad de agua a nuestro alrededor que cada vez nos aplasta más y más. No voy a soltarle, no puedo... Su expresión facial se vuelve seria y él refuerza su agarre en mi muñeca a la vez que la sensación de asfixia aumenta en mi ser, ahogándome, matándome lentamente hasta que mi cuerpo me pide respirar profundamente, aunque sepa que eso solo acelerará mi muerte.
Enseguida lo entiendo.
No es él quien se está muriendo. Soy yo.
«Suéltale, Wendy», me digo a mí misma.
«En la superficie se respira mejor», recuerdo las palabras de Daniel.
«Lo nuestro es amor o muerte», recuerdo las de Víctor.
Elijo muerte.
Pero no la mía.
Es entonces cuando aparto la mirada de Víctor y miro hacia arriba, donde las burbujas del aire que expulso ascienden unas detrás de otras. Regreso la vista hacia el hombre al que estoy sujeta y le suelto, provocando que él me observe preso del terror a la vez que su mano va escurriéndose poco a poco hasta dejarme totalmente libre.
Mientras que su cuerpo es arrastrado por el barco que continúa hundiéndose, yo comienzo a nadar hacia la superficie, sintiendo como la presión va desapareciendo de mi cuerpo, como me voy sintiendo cada vez más ligera, más viva, libre de cadenas...
Antes de que pueda dar esa respiración que acabe por encharcarme los pulmones de agua salada, consigo sacar la cabeza de entre las olas y poder coger una bocanada de aire que me hace expulsar todo líquido ajeno a mí. Me tiro tosiendo unos cuantos segundos y, en el momento en el que abro los ojos, unos grises azulados y enrojecidos por el llanto aparecen ante mí, trayéndome de vuelta.
Escucho un ruido en mi pecho.
Y luego otro.
Otro más.
Pum-pum...
Pestañeo.
Pum-pum...
Respiro.
Pum-pum...
Sonrío.
Pum-pum...
Se acabaron las lunas de miel.
PERDÓN OTRA VEZ POR EL SUSTO, ES EL ÚLTIMO QUE OS DOY.
He aquí el capítulo final, el viernes que viene tendréis el epílogo para resolveros las dudillas del "¿y ahora qué? ¿Ca pasao' con esta gente?", así que no preocuparse.
Os quiero mucho 💚.
Besooos.
Kiwii.
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Luna de miel
RomanceWendy lucha para salir de una relación tóxica con ayuda de sus seres queridos y de un chico muy borde que se encuentra cada día en el ascensor. * Wendy Martínez está atada a una relación que no tiene rumbo, que no llegará a ningún puerto y que está...