🌻 Capítulo 10

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—Es un esguince leve —revela el médico tras haberme estado examinando la muñeca—. Te la vendaré para que te sujete. Aplícale frío y estate unos días en reposo, se curará enseguida.

Asiento con la cabeza y el señor me muestra una leve sonrisa. Mientras él se desplaza en busca de alguna venda que ponerme, Catalina me pone una mano en el hombro y me da un apretón para llamar mi atención. En el momento en el que la miro, esta me muestra una mirada inquisitiva. Durante el trayecto, ella no me acribilló a preguntas como tanto pensaba, a pesar de que sabía que se moría por hacer una de ellas en concreto. No sé si se calló porque prefería no saber la respuesta o porque se hace una idea errónea de ello, pero está claro que me la formulará en cuanto salgamos de la consulta.

El médico vuelve a acercarse a mí con venda en mano y se dispone a apretarla con cuidado alrededor de mi muñeca. Una vez que se asegura de haber realizado su labor correctamente, pone un trozo de esparadrapo en el extremo final para que no se deshaga.

—Pues ya está. Si después de una semana ves que no hay indicios de recuperación, no dudes en volver —agrega—. Y ten más cuidado la próxima vez.

—Vale, muchas gracias —agradezco.

Después de que el hombre me dedicase otra sonrisa, me puse en pie y Catalina y yo salimos de la consulta. Me coloco la mochila al hombro y luego me agarro con cuidado la muñeca para mantenerla elevada por un rato y que de esa forma no me duela tanto, cosa que lo logro en menor medida, pero algo es algo.

Mi amiga se posiciona a mi lado y me sigue mirando con esa mirada inquisitiva que ya me venía poniendo desde que salimos de la cafetería. Ha llegado el momento del interrogatorio que tanto temía y del cual no me voy a poder librar ni por asomo. Sin dejar de caminar hacia las escaleras que llevan a la planta baja, suspiro y le doy paso a Cata para que comience la conversación que tanto ansía.

—¿Volvió anoche Víctor a tu casa? —pregunta con seriedad—. Sí, ¿verdad? Es eso. Te hizo algo y por eso estás hoy así.

—No, no, no. No regresó. —Niego con la cabeza y ella frunce el ceño sin creerme—. Te juro que no pisó mi casa. No tengo noticias de él desde que se fue y sus padres tampoco. Nadie sabe dónde está. ¿Tú sabes algo?

La preocupación que siento ha llegado a tal extremo que conservo la esperanza de que alguien sepa de su paradero, aunque sé de sobra que Catalina es la última persona que tendría algún tipo de información respecto a Víctor.

—¿Yo? No. Por mí como si se pierde —responde riéndose sin gracia—. Ojalá que no vuelva.

Ruedo los ojos al escuchar sus palabras. A Catalina antes le caía bien mi novio, pero luego de nuestro primer año juntos, ella dejó de ver bien nuestra relación. Incluso dejó de quedar con nosotros, ya no le soportaba y lleva desde entonces queriendo que rompamos. Sin embargo, Cata cesó su insistencia con el tema en cuanto nos peleamos por ello. No me gusta que se meta en medio y quiera sabotear lo que Víctor y yo tenemos. Estuvimos un tiempo sin hablarnos, pero nos reconciliamos cuando prometió que dejaría de entrometerse. Aunque, en varias ocasiones, hace oídos sordos y continúa con sus intentos de convencerme de que corte con él. Nunca lo consigue y yo me niego a discutir con ella otra vez.

—Cata, tengo miedo. Le he llamado y enviado tropecientos mensajes y no me ha contestado todavía —confieso—. He estado toda la noche en vela pendiente del teléfono y nada. No he conseguido nada.

—Sí has conseguido algo —asegura—. Un esguince en la muñeca por la torpeza que te ha causado tu falta de sueño. Te estás preocupando demasiado por alguien que no te valora ni un poco. Y eso te está pasando factura a ti, a tu curro y a los que te queremos. No puedes seguir así.

Luna de mielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora