🌻 Capítulo 14

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Camino hacia el cuerpo inerte del hombre que está tirado en el suelo de mi pasillo. Las rodillas me tiemblan y las manos me sudan. Mi cabecita de dieciocho años no comprende lo que está ocurriendo ante mis ojos, los cuales comienzan a aguarse poco a poco. Siento una presión alojarse en el interior de mi pecho, haciéndome más difícil la simple acción de respirar, a cada segundo que pasa, noto como el aire sale y entra en mis pulmones de manera más escasa. Me estoy ahogando y ni siquiera sé que narices hacer. No sé si gritar en busca de ayuda, recorrer la casa con la esperanza de no encontrarme a mi madre muerta o herida o llamar a la policía para que ellos se ocupen.

Opto por realizar la tercera opción, pero no sin antes comprobar por mí misma un par de cosas. En el instante en el que me encuentro a tan solo unos centímetros del gran charco de sangre que hay bajo el hombre, me paro a observarle en un intento de reconocerle, pero no me suena de nada. Este tiene un cuchillo de cocina ensangrentado cerca de una de sus manos, un golpe en la cabeza del que sigue brotando el líquido rojo que ya abunda en el lugar y una silla rota con una de las patas manchadas próxima a su cuerpo.

Con cuidado de no contaminar nada para cuando llame a la policía y llegue a por las pruebas, salto al hombre y corro hacia el dormitorio de mi madre. No hay absolutamente nadie. Me doy la vuelta e intento abrir la puerta que hay enfrente de la habitación, pero no se abre, está cerrada con llave. En el momento en el que me dispongo a hacer lo mismo con el cuarto de baño, las lágrimas comienzan a rodar por mis mejillas y solo espero que esa puerta cerrada, no esté ocultándome nada a primera vista, que Eva haya sido capaz de escapar.

Con manos temblorosas, las palmas sudadas y la garganta seca, tomo el picaporte y presiono hacia abajo. La puerta se abre y solo necesito un pequeño empujoncito para animarme a abrirla del todo. Trago saliva y me sorbo los mocos, notando como las lágrimas caen en picado por mi rostro. Después de unos segundos de espera, cojo una bocanada de aire y empujo la puerta hacia el interior.

Miro hacia el frente con temor, lo que provoca que la respiración se me corte en ese justo instante. Siento como el corazón me deja de latir tras dar un fuerte golpe contra mi pecho, como un hormigueo me recorre las yemas de los dedos y los labios y como la visión comienza a volverse borrosa, hasta tal punto de no ser capaz de distinguir el cuerpo de mi madre suspendido en el aire por una cuerda que se aferra a su cuello con fuerza. Lo único que soy capaz de escuchar antes de precipitarme al suelo y quedarme inconsciente, es el sonido lento del aire entrando y saliendo de mis pulmones.

Despierto entre sudores fríos, con la sensación de ahogo en el pecho y con un dolor de cabeza que seguro que me va a estar dando por culo durante todo el maldito día. Con una tembladera presente en cada parte de mi cuerpo, me incorporo y deslizo las piernas por el borde del colchón, hasta que las plantas de mis pies tocan el suelo. Me relamo los labios y pego la mirada en el suelo, en un intento de calmar las pulsaciones de mi desbocado corazón.

Una vez que he logrado mi cometido, suspiro y dirijo la vista hacia la mesilla de noche. Ahí se encuentra la fotografía que Daniel hizo para mí, la del campo de girasoles. No puedo evitar que una sonrisa tonta se dibuje en mi cara. Incluso juraría que me he puesto un poco roja al pensar nuevamente en el detalle tan bonito que tuvo conmigo a pesar de todo.

Niego rápidamente con la cabeza para apartar esos pensamientos de mi mente y, tras ver la hora en mi dispositivo móvil, me pongo en pie y me dispongo a prepararme para irme a trabajar. Tengo media hora. Veremos si seré capaz de aprovecharla o de desperdiciarla. No quiero volver a llegar tarde al trabajo, así que me doy prisa en desayunar, asearme y vestirme antes de salir por la puerta.

Hecho todo esto, corroboro que no me dejo nada y salgo de casa sin más. Presiono el botón del ascensor y espero a que este baje. Cuando las puertas del mismo se abren, me percato de que Daniel no se encuentra dentro como todos los días, no está. Frunzo el ceño y me adentro en la cabina. Pulso el botón de la planta baja y me cruzo de brazos mientras espero a que mi pequeño descenso acabe.

Luna de mielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora