🌻 Capítulo 38

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Presiono el timbre correspondiente a la casa de Daniel y Lucas, y espero a que alguien venga a abrirme. Escucho los ladridos de Sully muy cerca de la puerta, lo que logra encogerme un poco del miedo; el temor por estos animales me viene desde que era muy pequeña, pues un Labrador se tiró encima de mí para lamerme la cara cuando paseaba por el parque con mi madre, no obstante, mi yo de cinco años vio a esa bola de pelo gigante como un dinosaurio.

Mientras espero a que alguien venga a abrirme, le echo un rápido vistazo a mi vestimenta, arrepintiéndome de haberme puesto los vaqueros cortos con esa camiseta negra y enorme de E.T. El extraterrestre que he encontrado al fondo del armario y, la cual, cubre al completo mis pantalones. A Eva y a mí nos encantaba esa película, tanto, que el primer viernes de cada mes nos la veíamos en la noche con nuestras camisetas puestas. Pero el problema reside en que no sé si a Daniel le dará por reírse de mi vestuario o no; Víctor se burlaba siempre que podía y me hacía sentir como pez fuera del agua.

Antes de que pueda siquiera girar sobre mí misma y correr escaleras abajo para regresar a mi casa, la puerta se abre y Aurora aparece ante mí con una agradable sonrisa plantada en el rostro. Su marido se posiciona a su lado y, en el momento en el que sus ojos se posan en el dibujo de mi camiseta, levanta la mano y me hace el saludo vulcano. Me saca la risa en menos de un segundo.

La pareja, luego de habernos saludado, me invitan a entrar a su hogar. Tras darles las gracias, accedo al interior con precaución al ver cómo Lucas sostiene a su perro a unos metros de mí, para que no se me tire encima, y mirando a mi alrededor en busca de Daniel, quien no aparece por ningún lado. Cuando escucho la puerta cerrarse a mi espalda, me doy la vuelta y miro a la madre de los hermanos un tanto extrañada.

—¿Dónde está Daniel?

—En su habitación encerrado —responde Aurora un tanto cansada—. Anda, ve a ver si consigues sacarle de ahí.

A Fernando parece encendérsele una bombilla en la cabeza, por lo que se apresura a ir hacia la cocina sin decir ni una sola palabra.

—¿Le ocurre algo? —indago algo preocupada.

—Está un poco tristón. —Suspira—. Digamos que es un día raro para todos nosotros.

Al ver a Aurora con los ojos aguados, decido no indagar en el tema.

—Wendy —me llama Lucas—. La habitación de mi hermano es la que tiene estampillas de grupos de Rock en la puerta. Entra sin miedo, no muerde.

—¿Qué no muerde? —Ríe su padre saliendo de la cocina—. De pequeños, vuestras peleas se basaban en él mordiéndote y tú aguantando las ganas de liarte a golpes con su cabeza. No sé de quién heredaste la paciencia, macho. Porque de mí, no. Y de tu madre menos.

Su mujer le hinca el codo en el costado en forma de queja.

—Vamos a ver, señor padre. Es que, si le tocaba, aunque fuera un solo pelo, la bronca me la llevaba yo por ser el mayor —explica el rubio—. Daniel era el demonio intocable de la familia.

—Pero si era todo un angelito —interviene Aurora.

—Angelito mis huevos. A mí no me engañas, tú bebiste Whisky o algo durante el embarazo y así salió el condenado.

—Eh, niñato —advierte su madre con seriedad—. No te metas con mi niño bonito.

—¿Tu niño bonito? ¿Y yo que soy?

—Ya te lo he dicho, un niñato.

Lucas abre la boca y los ojos de par en par, completamente indignado. Aurora, sonríe ampliamente y se muerde la punta de la lengua, dándole un aspecto de bruja piruja que se confirma en cuanto suelta una risa típica de este tipo de criaturas. Ella se aproxima a su hijo mayor, se agacha y le abraza mientras que le llena la cara de besos; esto provoca que Sully, quien sigue bajo el agarre del chico, se quiera unir a los cariñitos.

Luna de mielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora