🌻 Capítulo 20

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Catalina conduce con los nervios de punta hacia la casa que comparte con su hermano Bruno, llevan viviendo juntos desde hace un par de años y yo, en teoría, entraba en esos planes. Ambos querían que me fuera con ellos para que no me sintiera tan sola en casa, y estuve por aceptar, pero a Víctor no le hacía gracia y prefería que me mudase con él, cosa que tampoco sucedió. Recuerdo haberle puesto varias excusas para no compartir piso con él, al principio se lo tomó mal, pero acabó por hacerse a la idea y cedió.

Uno de esos pretextos que usé para no irme de casa de mi madre, fue que no estábamos casados y era un requisitito que yo quería respetar antes de hacer las maletas y marcharme. Desgraciadamente, tanto Víctor como yo, sabíamos que eso era solo una simple excusa para atrasar aquel acontecimiento. Un embuste para no sentirme aún más enjaulada. Puedo quererle mucho, pero su comportamiento estando bajo el efecto del alcohol o de la ira, me advierten de un peligro inminente que se esfuma de mi ser tan rápido como aparece. Es lo único que todavía me impide entregarme enteramente a él.

Miro a mi amiga; aprieta el volante bajo sus manos con bastante fuerza. Está furiosa por lo que mi novio me ha hecho hacer para que huir. Percibo el miedo que tiene ante esta situación y la comprendo perfectamente. Yo también estoy acojonada. Es una emoción que lleva viviendo en mí durante bastante tiempo y que solo desaparece cuando Víctor vuelve a la calma. Cuando la tempestad que ha alborotado las olas del mar que inunda su mente comienza a estabilizarse y a desprender esa protección que tanto busco en sus brazos después de haber recibido cada golpe del oleaje.

—No nos hemos dejado nada, ¿no? —pregunta la morena por quinta vez en todo lo que llevamos de viaje.

No quiere que, por nada del mundo, vuelva a mi casa.

—No. Llevo lo necesario, tranquila —respondo.

—Vale, mi hermano está en casa. Libra por la mañana y hace un rato que ha terminado de ayudar en la panadería de nuestros padres —comenta—. Te quedarás con él mientras tanto. Yo tengo que volver a la cafetería; están Jorge y José solos y no dan abasto.

—Está bien —asiento.

—Por cierto. Dani es un poco tímido, ¿no?

—Bueno, tiene mutismo por estrés postraumático. Así que rehúye cualquier situación que desemboque en una conversación.

—A ti no te rehúye. —Arquea una ceja y me dedica una sonrisa coqueta.

—Hemos hecho buenas migas. —Me encojo de hombros.

—Sí, claro. Así se empieza.

No tardo en darle un suave puñetazo en su hombro derecho para hacerle saber que no estoy de acuerdo con sus insinuaciones, a lo que ella responde con una risita de bruja que me contagia casi al instante. Esta muchacha saber cómo cambiar tu estado de ánimo en menos que canta un gallo. La adoro.

Después de unos minutos más de viaje, alcanzamos nuestro destino, por lo que Cata no tarda en aparcar el vehículo en su respectiva plaza del garaje subterráneo que hay bajo el edificio en el que reside junto a su hermano. Ella me ayuda a bajar mis cosas del maletero; es únicamente una maleta y la mochila que llevo siempre al trabajo. Una vez que me organizo y lo cojo todo yo, ambas nos dirigimos al ascensor. Allí presionamos el botón de la cuarta planta y esperamos a que las puertas se abran en el piso que queremos. Una vez que hemos llegado, caminamos hacia la puerta de su hogar y mi amiga se dispone a abrirla. Nos pasan ni dos segundos desde que hace esto hasta que Bruno se asoma desde una de las habitaciones que hay al fondo a la derecha.

Holi —nos saluda con una amplia sonrisa.

—Bruno, te dejo a Wendy a tu cargo. Tengo que volver al trabajo.

Luna de mielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora