🌻 Capítulo 45

2.4K 301 89
                                    

Cuando despierto y abro los ojos, lo primero que veo es el rostro de Daniel mirando hacia a mí, con sus párpados cerrados y el cuello ligeramente tronchado; eso le va a doler cuando se levante. Reprimo una sonrisa en mis labios, me incorporo un poco y me giro para poder ver la hora que es en el reloj digital que el muchacho tiene sobre la mesilla de noche que hay justo a mi lado: son las diez de la mañana.

Vuelvo la mirada hacia Dani y, en el momento en el que siento mis tripas rugir, no me lo pienso dos veces. Me acerco a su cara y comienzo a dejarle varios besos corotos por todas partes: en la frente, mejillas, cabeza, nariz, ojos y labios. No pasa ni un segundo desde que hago esto hasta que él frunce el ceño, respira hondo y suelta un falso quejido de molestia a la vez que una gran sonrisa se abre paso en su boca.

—Pero que buen despertar... —murmura somnoliento.

—¿Nos levantamos ya?

—¿Eh? Uhm... un rato más, ¿no?

—Tengo hambre —comento.

—Y yo sueño...

Se da la vuelta, dándome la espalda, y se acurruca abrazando su parte de la almohada. Parpadeo unas tres veces seguidas y me río por lo bajo al ver tal reacción por su parte. En cuanto veo que está tranquilo y que respira a un ritmo lento que avisa de que volverá a caer dormido en cuestión de segundo, opto por intervenir siendo lo más capulla que puedo llegar a ser.

Me relamo los labios y me acerco a él despacio para que no se percate de mis movimientos. En el momento en el que estoy lo suficientemente próxima a su cuerpo, comienzo a hacerle cosquillas en su frente, jugueteando con los mechones de su flequillo que caen sobre esta, hasta conseguir que su entrecejo vuelva a arrugarse.

—Dani.

—¿Uhm?

—Tienes una araña en la cara —miento.

—Qué cabrona eres...

Sonrío traviesa y él, antes de que pueda siquiera reaccionar, se gira, obliga a que mi espalda se tumbe contra el colchón y se recuesta sobre mí como si yo fuera parte de la cama. Deja su cuerpo muerto y su cabeza enterrada en mi cuello. Cuando la alza para poder mirarme a los ojos, dice lo siguiente:

—Ahora tú tienes a un oso encima. O a un perro. Lo que más miedo te dé.

Dicho esto, esconde de nuevo su rostro en mi cuello y respira hondo, aprovechando su ventaja para seguir descansando sin nadie que le moleste. Expulso todo el aire de los pulmones de golpe antes de volver a respirar y le abrazo. Muevo las yemas de mis dedos por su espalda, encima de la tela de su camiseta, regalándole unas caricias que parecen hacerle cosquillas. Lo sé porque el rubio no tarda en arquearse levemente. A pesar de esto, no se queja, así que continúo pasando mis dedos a lo largo de su columna vertebral.

Me entran ganas de levantarle la camiseta y acariciar su piel directamente, pudiendo sentir su temperatura corporal y su vello erizado, pero no lo llego a hacer. Últimamente tengo ganas de hacer muchas cosas con él, pero no las hago por dos cosas que son las que me llevan echando hacia atrás desde hace tiempo: vergüenza y miedo. La misma historia de siempre resumida en dos palabras que debo ir superando con la calma para que no me acondicione durante toda la vida. He llegado a un punto en el que son mis emociones los que me dirigen como si de una marioneta me tratase, mi cerebro piensa en realizar algo en concreto y luego llega ese sentimiento negativo que lo noquea contra las cuerdas del ring. La misma pelea que siempre pierdo.

Sus ojos se abren, lo deduzco porque siento el roce de sus pestañas contra mi piel. Su cálida respiración da contra mi cuello y logra estremecerme. Ni siquiera veo venir cuando sus labios presionan esa zona y me deja un beso lento tras otro. Giro mi cara y le beso en la frente.

Luna de mielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora