🌻 Capítulo 19

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Nada más despertarme, me estiro en el sofá como si de un gato me tratase y hago crujir todos y cada uno de los huesos de mi cuerpo. Ante este acto no puedo evitar sisear por la molestia que me causa escuchar cada parte de mi ser rechinar como si me estuviera dislocando por completo. Odio ese sonido, no soporto escuchar a nadie chasquearse los dedos ni ninguna otra parte del cuerpo. Es horrible.

Una vez que he terminado con este proceso matutino, abro los ojos y me quedo unos instantes mirando a la nada mientras intento hacerle llegar a mi cerebro la información suficiente para que recuerde en el lugar en el que me encuentro: la casa de mi querido borde acosa flores y más bueno que un cacho pan. Al posar la vista en la mesita de centro que tengo a pocos centímetros de la altura de mi cara, veo que hay un trozo pequeño de papel pegado en el borde, en cual está escrito lo siguiente:

"Para que luego no te andes quejando de que no te los doy: buenos días."

Sonrío como idiota al terminar de leer la nota y me río levemente al pensar en ello de nuevo. Tras incorporarme, saco los pies del sofá y me tomo unos segundos en masajear mi cabeza, en un intento de eliminar el poco dolor que me queda rondando por ella. Hecho esto, respiro hondo y me levanto.

—Dani —le llamo a la vez que me restriego los ojos.

Miro hacia su habitación, a la espera de que se asome por ahí, pero enseguida me percato de que no se encuentra en ese lugar. Su cama está perfectamente echa y se ve como la luz del día entra por el balcón. Frunzo el ceño y me encamino hacia la cocina, que se encuentra justo al lado de la entrada de su casa. Al llegar aquí, mis ojos divisan otro papelito pegado en la puerta de su hogar. Lo tomo entre mis manos y lo leo.

"No te vayas sin despedirte, vuelvo enseguida."

—No estás, vale. —Suspiro—. Permíteme que te robe algo de desayuno, pues.

Sin más, entro en la cocina y, en el instante en el que voy a dejar el papel sobre la mesa que hay pegada a la pared de mi derecha, veo que está a rebosar de cajas de cereales, galletas y todo tipo de magdalenas y pastelitos. También hay una botella de leche, un bote de Cola-cao y una taza en la que hay otra nota pegada. Cojo la taza y leo las palabras escritas.

"Siéntete libre de coger lo que quieras."

Vuelvo a reírme y, con la intención de no hacer esperar más a mi estómago, me siento en una de las sillas y comienzo a prepararme el desayuno mientras espero a que Daniel regrese. Durante el proceso, me entra la duda de la hora que puede llegar a ser, así que no tardo en buscar el reloj digital del microondas para saberlo. Son las diez y media de la mañana; llego tres horas y media tarde al trabajo. Catalina y José tienen que estar tirándose de los pelos al no tener noticias mías. Ni siquiera tengo el teléfono aquí, me lo dejé en casa. ¿Cuán preocupados estarán por mí? Creo yo que bastante.

Antes de que pueda pegarle el primer sorbo a mi leche con cacao, escucho la puerta del piso de mi vecino abrirse, dando paso a una voz que se me hace familiar.

—Daniel, tío. Sé caminar por mí mismo, deja de tirarme del puñetero brazo —dice él—. Llevas así todo el camino de vuelta. ¡No soy un chucho!

Me doy la vuelta en la silla para poder estar de cara a la entrada de la cocina y, en apenas unos segundos, Dani y su hermano Lucas a aparecen ante mí. El muchacho que habla más que respira, me mira con una confusión que noto que no sabe cómo manejarla.

—Con que por esto saliste pitando de la consulta nada más terminar, ¿no? Ya me parecía raro que no quisieras ir a comer a casa de papá y mamá como siempre —dedujo el chico—. Uhm... ¿Tengo que malpensar?

Luna de mielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora