El jaleo en el restaurante es inmenso y la incomodidad que siento va creciendo conforme pasa el tiempo. Tanto Víctor como yo vamos por el segundo plato, pero apenas lo he tocado. Se me ha cerrado el estómago, negándose a que meta cualquier tipo de alimento en su interior. Ni siquiera he abierto la boca en lo que llevamos de cita, solo lo justo y necesario. Él no ha parado de hablarme sobre temas del trabajo y distintos problemas que tiene con su familia; siempre discute con sus padres por lo mismo. Yo, en cambio, no puedo dejar de pensar en Daniel y en lo disgustado que debe de estar al no haberme visto en el portal a la hora acordada. Ahora mismo son las nueve; llego una hora y media tarde.
Cada vez que lo pienso se me retuercen las entrañas y las lágrimas amenazan con salir rodando por mis mejillas. Pero tengo que hacer todo lo posible por reprimirlas para que Víctor no se cabree. Dice que soy una llorica y que no quiero otra cosa que llamar la atención, por eso tengo que esforzarme en aparentar que estoy bien ante él. Quiero marcharme y me siento mal por ello, esto no debería de ser así. Soy una decepción para mi novio.
—¿No vas a comer? —cuestiona Víctor al notar la ausencia de movimiento en mi plato.
—He tenido suficiente con el primero —miento.
—No has comido nada, inténtalo al menos —pide y le da un trago a su copa de vino—. Y alegra esa cara, joder. No arruines la noche, anda.
Voy a contestar, pero acabo por cerrar la boca sin decir ni una sola palabra. Le obedezco; fuerzo una sonrisa y me dispongo a comer, él no me quita los ojos de encima mientras se lleva el tenedor a la boca. Le veo esconder una sonrisa en sus labios, la cual no llego a comprender. No sé qué es lo que está pasando ahora mismo por su cabeza.
Cuando terminamos y el camarero viene para retirarnos los platos usados, aprovecha para tomarnos nota sobre el postre que queremos. Víctor pide para compartir un trozo de tarta de chocolate y, esta, no tarda en llegar. No como mucho, únicamente parto dos trocitos con la cucharita. No tardo en recostarme sobre el respaldo de la silla y esperar cruzada de brazos a que el chico que tengo enfrente finalice para que pueda volver a mi casa y hablar con mi vecino.
Sin embargo, en el momento en el que se come el último trozo, clava sus iris claros en los míos. Arqueo una ceja, a la espera de que me diga lo que ocurre, pero él solo se ríe de manera nerviosa. Busco con la mirada al camarero para que venga con la cuenta, en cambio, la voz de mi acompañante me impide seguir con mi acción.
—Cariño, llevamos juntos seis años —comienza a decir—. Seis años en los que hemos llorado, reído, discutido y amado. Y lo que más me gusta, es que siempre nos hemos apoyado el uno en el otro de forma incondicional.
—¿A qué viene todo esto, Víctor?
—¿Cómo que a qué viene? —se molesta—. Estoy mostrándote mis sentimientos hacia ti. ¿Vas a dejarme hablar?
Me remuevo en el sitio y asiento en respuesta afirmativa.
—Te quiero más que a nada en el mundo, te necesito como el respirar y quiero dar este paso para que podamos estar juntos para siempre. —Se levanta del asiento y se acerca a mí con lentitud—. Wendy Martínez. —Saca una cajita del bolsillo de sus pantalones y, acto seguido se arrodilla ante mí—. ¿Quieres casarte conmigo?
La respiración se me corta cuando abre el pequeño estuche y aparece un anillo con un diamante encima. Siento que todo va a cámara lenta, escucho los latidos de mi corazón martillearme en la cabeza y como la estancia queda totalmente en silencio. Miro a mi alrededor, el resto de comensales tienen todos sus sentidos puestos en nosotros y comienzo a sentirme bajo presión. Todo el mundo sonríe, todo el mundo nos mira, me miran. Quiero vomitar.
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Luna de miel
RomanceWendy lucha para salir de una relación tóxica con ayuda de sus seres queridos y de un chico muy borde que se encuentra cada día en el ascensor. * Wendy Martínez está atada a una relación que no tiene rumbo, que no llegará a ningún puerto y que está...