『••XXI••』

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Se les dio la señal de avanzar y con un ¡Arre! Ambos se encaminaron a todo galope, apuntaron la lanza para arremeter contra su adversario.

El público vitoreaba entre aplausos, puños levantados, saliva e insultos, la salvajada se hacía presente entre soldados, sirvientes y esclavos masculinos que ovacionaban a los dos protagonistas de la última justa, mientras que, entre tanta virilidad alborotada e incontrolable, una dama rogaba a los cielos y el alma en los labios por el bienestar de su soldado favorito.

El único hombre que daría la vida por ella y ahora temía perderlo en una estúpida muestra de superioridad. La forma más bruta en que un hombre se creía hombre.

Y de repente uno de los jinetes con armadura cayó del caballo con la punta de la lanza de su adversario incrustada casi por completo en el hombro, la princesa saltó asustada de su asiento y las manos en su boca intentando oprimir sin éxito el grito que sin duda más de uno alcanzó a oír, pero no importaba la sangre, el polvo y el sudor, al contrario, era el perfecto brutal escenario que avivaba a los hombres mirones extasiados por el espectáculo, más ella solo quería lanzarse a los brazos de su escudero y propinarle varios golpes en el pecho por haber accedido a participar en tremenda barbarie.

— ¡Eres un idiota! —. Dejando a un lado los modales la rubia princesa encaraba al soldado, lejos del corral de bestias.

— Mi princesa, calma —. Solo podía sonreír ante la graciosa rabieta que, según él, la dama estaba teniendo.

— ¿Cómo osas pedirme que me calme cuando pudieron haberte matado? —. Lloriqueó sin dejar de golpear el pecho del soldado.

— Mi princesa, me ofende al pensar que yo pudiera morir en una justa sin importancia —. Llevó su mano hasta los rizos dorados de la joven acariciándolos, sintiéndose plácido por la suavidad de los cabellos.

— No era solo una justa. Estabas peleando con el príncipe que venció a los mejores hombres del ejército de mi padre —. Ya sin fuerzas de seguir golpeando el pecho del soldado de cabellera rojiza dejó que una gota de agua salada se escurriera de esos mares celestes.

— El príncipe sabe pelear, pero yo no me permitiría morir tan fácilmente, recuerde que soy su escudero y el día que yo muera sería dando con gusto mi vida por usted — Nathanael levantó la barbilla de la princesa obligando a mirarlo a su ojo, había perdido la vergüenza de usar un parche en el ojo cual bandido pirata, pero la misma princesa fue quien borró ese prejuicio acotando que a ella le parecía rudo y le gustaba más por no ser igual que los demás hombres.

— No derrame lágrimas por un infeliz como yo, no lo merezco — se quitó los guantes de cuero negro para poder secar las gotas saladas en la mejilla de su princesa que seguían rodando sin freno. Agradecía haberse quitado toda la indumentaria usada para protegerse en la justa.
— Estás lágrimas valen más que todas las riquezas del palacio, por favor no las desperdicie — susurró de manera suave sin embargo ese tono era suficiente para hacer temblar a la rubia.

La dama aspiró ansiosa como si de un momento al otro el aire abandonará sus pulmones — te daría todas mis lágrimas, pues vos caballero mereces cada gota — recitó sin aliento lo que el corazón sentía, pero su boca no debía revelar.

Nathaniel miraba esa expresión ansiosa de la princesa, las mejillas sonrojadas y los labios entreabiertos, humectados de saliva, con esa expresión podían jurar que la dama lo estaba invitando a degustarle la boca. Pero no debía, él era un simple plebeyo mutilado.

— Alteza... Nadie merece hacerla derramar ni una gota de sus orbes, pues sus lágrimas son como perlas preciosas... En todo caso debería entregarle ese tesoro a alguien nacido en cuna de oro como el huésped del rey — aquellas palabras que salían de su propia boca le dolían, pero eran de lo más sensatas.

『••[Embrujo de Pasión]••』🔞 AU ✧MLB✧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora