Capitulo vigésimo tercero

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Mia estaba aterrada. Pero eso no impidió que siguiera avanzando. Tampoco las demás pudieron impedirle que avanzará. Nadie pudo detenerla porqué su determinación  ganó al sentido común que comenzaba a gritarle que volviera al escondite y se mantuviera con vida.

Los disparos y gritos fueron ensordecedores cuando salio del refugio. Como una ola de peligro que amenazaba con hundirla y no la dejaba avanzar. Los gritos, los estruendos y las explosiones ponían su piel de gallina, pero nada de eso fue lo suficiente poderoso para amedrentar su valor.

Miro hacia atrás y agradeció que no la siguieran, porque si lo que iba a hacer era un acto suicida, prefería que nadie la siguiese y no tener que cargar con la muerte de una persona, eso era algo que no podría soportar.

Tenia miedo y eso era decir poco, porque no paraba de temblar y  caminar a trompicones, y aun con las manos heridas por cubrir sus caídas, ni una lagrima salio de sus ojos, porque no podía darse ese lujo.

No podía. Por aquel niño moribundo que dejo con su madre, por las miradas cansadas y derrotadas de los ancianos, por los ojos de aquella joven que en vez de llevarse a su hermana mayor, la llevo a ella al refugio, a una persona que ni siquiera conocía, ella ayudo altruistamente a una extraña.

Eran razones más que suficientes para actuar. Aun cuando el mayor riesgo era dar su propia vida.

Precisamente era actuar lo que hacia cada vez que abría una puerta de alguna casa o carpa al encontrarlas a su paso. Hallaba a gente escondiéndose, pero no estaban seguros allí y lo único que podía hacer por ellos era guiarlos al escondite subterráneo.

 Una y otra vez, a cada niño, a cada mujer, a cada anciano y a cada mal herido que encontró, lo guió, lo cargo y lo jalo aun en contra de su voluntad para que pudiera refugiare en aquel escondite. Lo intentaba con todas sus fuerzas, no sabia de donde provenían, solo sabia que no podía detenerse. 

Sin detenerse hasta encontrarla, era en lo único que podía pensar y maldijo todos los días de sedentarismo que había vivido hasta ahora.

-Si tuviese una mejor condición física hubiera podido ser de mas ayuda- Rezongo para si mientras el sudor cubría todo su cuerpo.

Con un cuerpo mas activo sus pulmones no quemarían y sus brazos no arderían de dolor. Aun así, no pararía, no lo haría por nada del mundo. Solo resaba a todas las deidades que conocía y a la diosa del desierto.

-Te lo suplico, que ella este viva- Pidió en voz alta a quien quiera que la estaba escuchando.

Como si sus plegarias fueran respondidas los disparos cada vez se hicieron mas lejanos, pero no alcanzo a disfrutar del alivio que traía el silencio al ser este interrumpido por un grito de auxilio captando todos sus sentidos. 

Un grito de una mujer, era ella, lo sabia en su interior aunque esperaba equivocarse. Deseaba estar equivocada mas que cualquier otra cosa que había deseado en la vida.

Con el corazón en la mano miro en todas partes mientras se dirigía apresuradamente en dirección donde escuchaba los gritos cada vez mas claros y perturbadores.Encontró lo que buscaba y con una gran angustia se acerco a la carpa de donde provenía el grito cada vez mas gutural.

No sabia lo que encontraría por lo que intento ser lo mas cuidadosa posible. Escuchaba voces y los gritos ya ahogados de la mujer. Con un enorme cuchillo que había recogido de la arena rasgo el manto que cubría la carpa y entro con sigilo, no debía dar señales de su presencia o eso destruiría el factor sorpresa. De algo le había servido ver tanta película de ficción.

-Sin estupideces- Se prometió mientras terminaba de entrar a la carpa. 

Vio lo que sucedía e inhalo con fuerza intentando que  sus manos dejasen de temblar.

SOLO MIA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora