Sesenta y tres

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Alaska

Luego de ver la escena de esos dos, la pelirroja salió sonriendo y dándome un codazo, ¡un codazo! Isaac en cambio trataba de acercárseme pero no, no podía permitírselo, sin más que resignación se fue diciendo que no era culpa suya, pero vaya que si le seguía el beso.

Una hora después de esto Ian se había encerrado, lleva 3 horas ahí, y yo bueno...
Digamos que me lo tome mejor de lo que creí había podido tomarlo.

Solo tuve un momento de crisis en el que tiré la ropa de la pelirroja al río, y destroce sus perfumes baratos, pero... después de eso y de llorar un rato estoy bien. Si, estoy bien.

— ¡Ian!, grite por quinta vez.

Cansada de esto corrí a traer las llaves de la caja de la cocina, nos habían dado unas copias de toda las llaves de la cabaña.

— ¿Podemos hablar? La voz de Isaac me hizo dar un salto.

— Idiota—masculle—, justo ahora no puedo.

Lo mire a los ojos, se cuán preocupados, con temor.

— Por favor Alaska, por favor, su voz rogaba.

— No, y tranquilo no me tienes que explicar nada— sonreí—. Tú mismo dijiste en el auto, no somos nada.

Unas lágrimas quisieron asomarse pero las controlé.

— ¡No me refería a eso!—,grito a la defensiva—. Por favor.

Pase al lado de el, tratando de subir al cuarto de Ian, no quería escucharlo más. Pero él fue más rápido y me tomó de la cintura:— No, se que no quieres escuchar nada, pero necesito que lo hagas, necesito que entiendas, que me perdones, te necesito a ti Alaska.

Me soltó, y en lugar en el que tenía las manos se sintió frío.

— Se que no hablaras conmigo hoy, pero te pido, te ruego— se oía dolido— que por favor me dejes hablar mañana, por favor. No te pido que me perdones de una vez, solo que me escuches. Si no quieres creerme, o simplemente ya no quieres nada lo entiendo.

El asiento mojado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora