Treinta y dos.

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Caminaba despacio a la libreria.
Necesitaba afrontar mi vida, a Isaac, a mi timidez.

Abri la gran puerta, e Isaac como siempre estaba en el despacho, al final de la recepcion.

Suspire, y entre.

— Buenos días jefe.

El levanto su cabeza de la mesa, y tenia babas en toda la cara.

Me rei, y el me sonrio.

— Hola señorita.

Busque en mo bolso, y saque una bolsita de pañuelos, se los tire.

— ¿Puedes traer café?

Asenti, al final no había sido tan feo, como pensaba.

El asiento mojado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora