-¿Hoy sí me vas a decir que fue lo del otro día?- pregunta Meño cuando estoy desayunando con Lety.
Hace dos semanas, de mi encuentro con ella y mi humor es de perros, me arrepiento como nunca de haberme acobardado y no traerla conmigo. De haber sabido que estos días se me vendrían encima al no traerla, ni lo hubiera pensado más.
Bien decía mi madre: el primer pensamiento siempre es el bueno. Y el mío fue besarla posesivamente. Cosa que hubiera hecho cuantas veces quisiera si me la hubiera traído.
¡Estúpido, mil veces idiota!
Me reprocho, cada que puedo.
-Debe ser por una mujer. La pregunta es ¿Quién y en dónde?- comenta Lety. Le lanzo una mirada de pocos amigos.
-Diste en el clavo Lety- agrega Meño con una sonrisa divertida.
-Sí, sí es por una mujer- reconozco finalmente. Ellos se miran en complicidad. -Pero ya no hay nada que hacer- digo con cierta decepción.
-¿Por qué?- pregunta él.
-Porque no sé quién es, ni dónde encontrarla. No sé nada de ella- les digo en tono frustrado.
-Tú sólo da la orden y la buscamos- me dice Lety.
A ella se le da muy bien eso de la investigación. Si necesito encontrar a alguien sé que la indicada para esa tarea, es ella. Pero dudo mucho que pueda hacer algo con un retrato hablado, es lo único que podría darle, pues la tengo grabada en mi mente, cierro los ojos y es como si estuviera frente a mí.
¿Habré causado yo ese mismo impacto en ella? ¿Pensará en mí?
-No hay nada que pueda decirte sobre ella- le digo.
-¿Dónde la conociste?- pregunta Meño.
-El día que fuimos a San Luis, en el punto de revisión. Era una pasajera de un autobús- le digo.
-¿Te acuerdas de que línea? Puedo buscar los nombres de pasajeros y su destino- comenta ella.
-No sé su nombre Lety- le digo con frustración.
-¿Por eso nos ordenaste ir detrás del autobús? ¿Ahí iba ella?- pregunta Meño. Asiento.
-Por un momento consideré lo que me dijiste. En fin, me alegro de no haberlo hecho- les digo y me levanto dando por terminada la conversación. A ver si ya con eso, me dejan en paz.
***
-Se dice por ahí que hay una chica misteriosa que te robó el corazón- me dice Vargas, días después de haberles confesado a ese par, sobre ella.
Estoy en un encuentro con el saco de boxeo en el granero. Últimamente, esto es lo que me aplaca un poco el mal humor.
-Supongo que ya no hay respeto por el jefe, en este lugar. ¿Ahora soy blanco de chismes y cotilleos?- le contesto con sarcasmo. Sigo amedrentando al saco.
-Solo pensaba que tal vez lo que necesitas es distraerte un poco. Hace mucho que no hacemos nada para liberar la tensión- comenta.
No puedo negar que tiene razón.
-¿Qué propones?- le pregunto.
-En unos días es tu cumpleaños y pensaba que quizás te agradaría algo de compañía femenina. Te puedo regalar una buena sesión con una, dos o tres güilas, las que quieras. Harán milagros por ti- agrega con cierto tono divertido.
-Que esplendido- me burlo.
-En serio. Podemos hacer una fiesta aquí y traer un grupo de viejas, que se queden unos días, para que nos levanten el ánimo y otra cosa- propone hablando en doble sentido.