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Emiliana

Un sábado en casa... Mi tipo de sábado. La idea de salir estaba totalmente descartada, por pasar las noches en vela pensando en unos ojos azules que no me dejaban en paz, no había terminado el trabajo y se acumulo totalmente.

— Emiliana, baja – La voz de mamá se hizo presente en mi santuario de paz, seguro quería que hiciera la cena – Tienes visita.

¿Visita? ¿Quien carajos va a venir a verme a esta hora y en mi casa? Me coloqué la chaqueta para tapar lo que la diminuta camisa de pijama revelaba.

— ¿Quien me busca, mamá? – Le pregunte entrando a la cocina.

— Está en la entrada esperando por ti.

Estaba confundida, lo más seguro es que fuera Andrés, a veces se aparecía en casa sin avisarle pero mamá realmente lo quería.

— ¡Sorpresa! – La voz chillona se hizo presente cuando abrí la puerta, y enseguida unas piernas se enrollaron en mi.

— Leyla, estás aquí – La abrace con el mismo gusto que ella me lo daba a mí.

— Sí, pequeña. Te extrañe mucho.

Por su trabajo, pasaba a veces hasta meses en otro país. Ser reportera de CNN no era fácil para ella, pero se cuanto amaba su carrera y debía de aceptar que no siempre estaría en Múnich.

— Vine por ti, hoy nos iremos de fiesta. Celebremos que estamos juntas.

— Leyla, tengo mucho trabajo. Si quieres, quédate hoy conmigo.

Me enseñó un puchero que me dejaba claro que no desistiría hasta que fuéramos.

— Por favor, Emi. Tenemos dos meses sin vernos... ¿Aceptas? – Quería reírme de su cara.

— Está bien, acepto.

Entro a casa cargando la maleta[1] que era mucho más grande que ella y conversó un rato con mamá, se cuanto cariño le tiene. A pesar de que es exitosa, no perdía la humildad. O tal vez era porque yo jamás le había permitido que la fama se le subiera a la cabeza.

Veníamos de mundos diferentes, total y extremadamente diferentes. Tenía una familia grande, en su cuenta bancaria jamás faltaban euros y todo lo que quería, lo tenía. En definitiva, éramos diferentes.

— Tía Martha, iremos a bailar toda la noche... ¿Prometes no molestarte?

— Solo si no llegan pasada las cinco de la mañana, por favor – Nos dio su mirada amenazante, sabía que así hacíamos lo que quisiera.

— ¡Claro tía, gracias! – Le estampó dos besos y subió a mi habitación, arrastrando la maleta.

Subí a la habitación con ella y comenzó a sacar la ropa de su maleta, produciendo un desastre más grande del que ya tenía. Abrí el closet y busqué ropa, seguro era uno de esos clubs exclusivos a los que ella iba. Así que mejor me vestía para la ocasión, ella siempre era una cajita de secretos cuando salíamos.

— ¿Alguna novedad sobre tu vida, Emi? – Enfocó sus grandes ojos en mi, me intimidaba.

— Nada interesante, solo que tengo mucho trabajo.

— ¿Segura? – Alzó la ceja y colocó sus manos en la cintura – ¿No hay nadie en tu vida?

— Nop. Ve a ducharte, se nos hace tarde.

Se quedó con la duda aún así intento omitir el tema e irse a arreglar para que saliéramos. Realmente en mi vida no había nadie que fuera importante como para contárselo, y si lo hubiera, tampoco le diría. Hasta estar segura... Se cuanto anhela verme casada, y no entiendo la razón, si aún estamos lo suficientemente jóvenes como para pensar en eso. Pero realmente, para ciertas cosas ella es chapada a la antigua[2]

Amores peligrosos pero adictivos • ¡PAUSADA! Donde viven las historias. Descúbrelo ahora