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Que te quiero, pequeña.

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La llegada a Hamburgo había sido tranquila y con mucha cerveza. Para este viaje, Malcolm había triplicado la seguridad. Mis confundidos amigos intentaban entender si es que mi novio era alguien tan importante o sólo le gustaba gastar dinero... Si supieran...

La casa no era tan grande como la de Múnich pero estaba a pocos metros de serlo. Malcolm se encargó de enseñarnos la casa y después dejo que cada quien se acomodara donde quisiera, excepto nosotros. La habitación principal era un sueño para mí. Toda la casa era un sueño para mí.

— ¿Te gusta? – Me preguntó.

— Me encanta – Dije fascinada – Es preciosa.

Me acosté en la gigante cama y a los minutos, ya el estaba a mi lado. Me acurruqué en el mientras me daba suaves besos en la cabeza. No necesitaba más en este momento. Me gustaba escapar de la realidad de esta manera, era tanta la calma.

— Hace algunos meses no imaginaba esto posible – Mencionó.

— ¿Qué cosa? ¿Venir a Hamburgo?

— Volver a querer.

Mi corazón se detuvo al escuchar eso. Volver a querer... No sabía si moriría de amor o solo tendría un infarto por la intensidad de mi corazón.

— Repite eso – Susurré.

— Que te quiero, pequeña.

Alce mi cabeza y comenzó a besarme. Sus dulces pero fuertes besos me sacaban de sí, me hacían querer más cada día. Más de él. Más de nosotros.

— Cariño, hay más gente en la casa – Dije cuando sentí sus manos casi en mis senos.

— ¿Y qué? ¿Acaso ellos no hacen el amor? – Hablo en tono burlón.

No aguante y me entregue a él. Sus besos iban desde mis labios hasta mis senos, y más allá. Esta vez, no había delicadeza alguna, ya no había ningún moretón en mi así que sabía que seríamos dos salvajes en la cama.

Chupaba y mordía con ansiedad mis senos, haciendo que muchos gemidos salieran de mí. Intentaba no gritar, pero era imposible con este hombre. Con agilidad me quito el pantalón y la ropa interior, dejándome completamente desnuda.

Desabroche su camisa a medida que iba besándolo, hasta llegar al botón de su pantalón. Su erección era notable hasta con la ropa puesta, maldito hombre. Acabará conmigo.

Abrió mis piernas con suavidad y jugaba con mi sexo. Haciéndome soltar gemidos, mordiendo mis labios a compás que sus dedos entraban en mí. Respiraba hondo para no gritar más.

Su sonrisa era traviesa y muy sensual, jodidamente sensual. No podía creer que el hombre que tenía al frente de mi, era completamente mío.

Se posicionó entre mis piernas, y con delicadeza entró en mí. Me besaba mientras salía y entraba, sin prisa, dispuesto a hacerme de él una y otra vez. Sin importarnos nada. La habitación se llenó de nuestros gemidos, continuos y sin ganas de detenernos.

— Entrégate a mí – Susurro.

Esta vez, ya no existía la delicadeza. Sus embestidas eran cada vez más fuertes, sentía que no podría más. Me arqueo cuando se clava una vez más en mi, y ambos nos entregamos al orgasmo. Una ola de placer me recorre entera, mientras el me besa una vez más. Una y otra vez.

Salió de mi, y se acostó a mi lado. Paso su brazo por mi cuello y me jalo hacia él, rodeándome con sus piernas pesadas. Lo miré mal, y enseguida capto lo que quise decirle. Su risa lo delató.

Amores peligrosos pero adictivos • ¡PAUSADA! Donde viven las historias. Descúbrelo ahora