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Maratón 2/5

Emiliana

— ¿Me dirás a donde vamos o no? – Pregunte impaciente una vez más.

— Ya vamos a llegar, Emiliana. Espera unos tres minutos y sabrás.

Me acomode otra vez en el asiento, frustrada porque no había logrado descifrar a donde íbamos. Mire los asientos de atrás y habían varias bolsas del supermercado. ¿Realmente había ido para allá? ¿El? ¿Este multimillonario?

Seguí cambiando la música, un poco obstinada porque el no me quería decir a donde íbamos, mientras que solo se reía de mi. Pero no me importaba, se que estaba de buen humor y prefería que se quedara así.

— Hemos llegado, gruñona – Mencionó al mismo tiempo que apagaba el auto.

Alce la cara y note que estábamos en el muelle, a donde habíamos venido ayer. ¿Que hacíamos aquí otra vez? ¿Otra fiesta y yo no sabía nada?

— ¿Me traes a otra fiesta con gente estirada? Porque no estoy nada elegante.

— ¿Gente estirada? – Comenzó a reír escandalosamente – Y no, hemos venido a pasear en yate, ayer me dijiste que te gustaba.

Escuchar eso me lleno el corazón, me había tomado en cuenta para algo... Si no es porque no se que somos, me lo como a besos. Baje del auto con emoción, sin darle ni oportunidad para abrirme la puerta.

— ¿Es esto en serio? – Le pregunte con emoción.

— Si, y vamos, que el capitán del barco nos espera.

Lo ayude con las bolsas que estaban en el auto y literal, iba como niña pequeña dando saltitos en el muelle. Mientras que el solo me miraba con adoración, o eso parecía.

— ¿Es esté tu yate? – No podía creer lo que tenía enfrente de mis ojos.

— Sí, ven para que lo conozcas bien por dentro.

Era extremadamente gigante, más que mi casa. Esto era una especie de mansión pero convertida en yate, no podía creer que alguien pudiera pagar esto. Sin duda, este hombre debe de tener una siembra de dinero.

Dejo las bolsas en una de las mesas, y comenzó a darme un recorrido por el yate. Tenía tres habitaciones, cuatro baños, además de un gran comedor, y varios lugares con muebles. ¿Que le falta? ¿Una piscina dentro o qué? Más que espectacular, quería tener uno así.

— Moriría por tener uno así, créeme, todos los domingos lo usaría.

— ¿Te gusta? – Me preguntó mientras nos unía en un abrazo.

— Muchísimo, Malcolm. Es hermoso, de verdad admiro que puedas darte un lujo así.

Conocí al capitán del yate y enseguida lo puso en marcha, mientras que Malcolm me llevaba para almorzar. Nos sentamos en una mesa para dos mientras observábamos el mar, esto era maravilloso para mi.

— Acertaste hasta con el almuerzo. ¿Acaso lees mi mente?

— Ojalá pudiera... Pero no, soy solo un hombre con suerte.

Comenzamos a almorzar el pescado que teníamos servido, y al mismo tiempo conversamos sobre temas que nos gustaran, pasatiempos y trabajo. Aunque no lograra sacarle del todo en que trabajaba, según el, solo un hombre con diferentes negocios.

Una señora, que no conocía, salió de la nada y se llevó los platos, y dejando otra botella de vino. Últimamente, este hombre hacía que el vino blanco se convirtiera en mi bebida favorita.

Amores peligrosos pero adictivos • ¡PAUSADA! Donde viven las historias. Descúbrelo ahora