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Malcolm

— Estás muy feliz, hijo – La sonrisa de mamá me reconfortaba – ¿Cuándo conoceré a esa persona que te tiene así?

— Espero que pronto, madre. Tengo planeado viajar para allá y estar con Zhara en su cumpleaños.

— ¿La traerás? Tus hermanas estarán felices de conocerla.

— Hablaré con ella, madre.

Aunque la tuviera a través de una pantalla, verla me hacía tan feliz... Que todo problema que tuviera se me olvidaba.

— Tenía mucho tiempo sin verte tan feliz, mi pequeño...

— Sí, mamá. Realmente ella era lo que me hacía falta, ni con Tatiana estuve así de feliz.

— Lo sé, mi amor. Y por eso anhelo conocerla, porque te tiene tan feliz.

Continué hablando con mamá hasta que tuve que regresar a mis obligaciones. Hansel pasó parte de la mañana molestándome por el incidente del apartamento y ni así, la sonrisa se me borraba. Emiliana tenía algo... Ese no se qué, que me tenía enamorado.

Enamorado... Y que palabra tan fuerte. Desde hace más de cuatro años, que no conocía ese sentimiento. Que no sabía lo que era ver a una mujer y alegrarse, vivir con una sonrisa. No sabía lo que era volver a vivir, lo que era querer... ¿Pero realmente estaba enamorado?

— ¿Irás a Paris para el cumpleaños de Zhara?

— Sí, y hablando de cumpleaños. ¿Compraste el encargo que te pedí para el cumpleaños de Emiliana?

— Sí, señor. El viernes lo tendrá con ella.

— Gracias, Hansel – Chocó puños conmigo – Espero le guste.

Desvíe el tema a los negocios que tenía pendiente, se que Hansel iba a querer hablar todo lo posible de Emiliana y aún no tenía explicación para lo nuestro. Pero se que ambos estábamos dispuestos a más.

/-/

Salí con la prisa que pude en busca de Emiliana, quería llevarla a cenar y comenzar a celebrar su cumpleaños. Aún faltaban tres días, pero no importaba, quería que pasara un cumpleaños completamente distinto a los anteriores.

Llame varias veces a su celular y no contestaba, la preocupación ya me estaba consumiendo. Bajo las miradas de varias mujeres, subí hasta el piso en el que estaba su oficina y entrando al ascensor, estaba «quien creía yo» su asistente.

— ¿Emiliana ya se ha ido? – La inquietud se notaba en mi voz.

— Sí, señor. Se retiró hace veinte minutos, no se sentía bien por lo que me comentó.

Espere a que entrara al ascensor y con apuro, presione el botón para llegar a recepción. ¿Sentirse mal y no avisarme? Sabía que vendría por ella. Continué llamándola a su celular pero no contestaba... Y el pensamiento de que algo le había sucedido venía a mi cabeza.

Maneje hasta su casa, y podía asegurar que mañana llegaría una multa a la puerta de mi casa, cosa que realmente no me interesaba mucho pero tampoco buscaba tener problemas con la ley. Intentaba estar lo más bajo perfil que se pudiera, y más desde que la policía sabía que ahora con más frecuencia entraban drogas a Alemania. Debía de cuidar más mi espalda.

Amores peligrosos pero adictivos • ¡PAUSADA! Donde viven las historias. Descúbrelo ahora