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Emiliana

Pasaba horas encerrada en el despacho, intentando comprender la mayor información que pudiera, pero muy poca la retenía. Tal vez yo no quería entenderlo. Pero si sabía donde estaba la solución a la mayoría de mis problemas, en Medellín. E iría para allá, tenía muchas preguntas sin respuesta.

La pequeña maleta ya estaba lista, y mi boleto de avión también. Mamá no sabía nada del viaje y tampoco esperaba que supiera, ni le diría. De decirle a ella, se enteraría Leyla y tras eso Malcolm, y se arruinaría todo.

El taxi me dejo en la puerta del aeropuerto, los nervios me estaban consumiendo, pero debía de hacerlo. No sabía que me esperaría en Colombia, no sabía con quien me conseguiría, no sabía si saldría con vida de allí.

/-/

El aterrizaje en Medellín fue tranquilo, con mis nervios alterados pero tranquilo. Un taxi me llevo hasta el hotel, y tras registrarme, cambié mi ropa y salí hacía la dirección que mi padre apuntaba como él búnker. Algo tenía que ver con el cártel, y más porque las mayorías de las transacciones de drogas apuntaban a que salían de allí.

El taxista me dejo tres calles antes como lo pedí, y tras advertirme que estaba en un lugar peligroso, lo ignoré y continué con mi camino. No era un lugar que se veía mal, habían varias casas de lujo, y algunos edificios, no entendía dónde estaría lo peligroso. Excepto que el supiera que aquí estaba lo del narcotráfico.

El lugar que se llamaba Búnker, era un gran bar que tenía afuera escrito Cobras, no sabía la relación pero apuntaba que era allí. Respire fuertemente y con el valor que no sabía que tenía, entre. No tenía mal aspecto, pero solo habían hombres altos, fuertes y con tatuajes. Tomando cervezas, ron y fumando cigarros.

Mujeres bailando en un gran escenario, y en un tubo, no sabía si eran prostitutas y tampoco me interesaba. No venía a eso, me dirigí a un hombre que estaba sentado al lado del bar, seguro el me diría a quien buscaba.

— Buenas – Dije y con sonrisa burlona, se volteó hacia mí.

— Muchacha bonita – Al parecer, si entendía mi español – ¿Qué hace usted aquí? ¿Está perdida?

— Busco a Pedro Santos. ¿Está aquí?

El hombre tenía un aspecto terrible, no sabía si estaba borracho o extremadamente drogado.

— ¿Y quién es usted que viene a preguntar por el cómo si fuera cualquier persona?

Entonces ese hombre si es quien yo deduje. Mi padre no fue tan inteligente al dejar todo escrito.

— Strauss – Mencioné aunque el miedo se apoderara de mí.

El hombre palideció, se veía peor que yo que tenía días llorando por las esquinas de mi casa y no comía nada.

— ¿Strauss? ¿De los Strauss de Alemania?

— Sí, ahora por favor lléveme con Pedro Santos.

El hombre obedeció y me sorprendió eso, me indicó que lo siguiera, y todos los que estaban allí, nos veían extraño. Otros me veían con curiosidad, y algunos con cara de perros.

Bajamos unas escaleras oscuras, y tras abrir una puerta negra que indicaba «no pasar si no es personal», enfrente de mi se reflejaron montañas de empaques con un contenido blanco. ¿Aquí tenían la droga? Que mal lugar para esconderlo. Habían varias mujeres trabajando allí, otras con algo que de suerte y tapaba sus partes privadas, y algunos hombres contando las pacas de dinero.

— Hay alguien que quiere verlo – Le dijo a un hombre que estaba detrás de un grande escritorio.

Alzó su mirada, y tras verme, su cara era de sorpresa. Diferente a la que colocó el hombre drogado cuando me vio.

Amores peligrosos pero adictivos • ¡PAUSADA! Donde viven las historias. Descúbrelo ahora