Culpa

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Tony miró tras la ventanilla el paso de las calles. Calles que le parecieron ajenas. Poco a poco se dio cuenta que avanzaban hacia los suburbios, pero la zona parecía ser buena, incluso bonita. La nieve aún hacía estragos en las banquetas, pero el arroyo estaba limpio, despejado para evitar cualquier accidente. Vio niños enfundados en sus chamarras corretear o jugar en la nieve que colmaba sus jardines. Aún había luces y adornos navideños en los techos y puertas de las casas.

El auto se detuvo frente a una casa de dos pisos, pintada de blanco y azul, y que, a diferencia de las demás, no lucía rastros de que la navidad hubiese pasado por ahí, con todo, era agradable. A Tony le recordó la casa que su familia tenía en Boston, la más simple de todas, según su padre; pero a Tony le gustaba, no era tan grande como la Manhattan, ni tan pequeña como la casa de campo en New Hampshire. La de Boston era la mejor en sus recuerdos, aunque ya casi no pasaba tiempo ahí, excepto cuando tenía que ir a dicha ciudad por negocios.

—Vamos—escuchó a su lado y él volteó a ver a la dueña de esa voz con el ceño fruncido.

—¿Dónde estoy?

—En tu casa—dijo la mujer al tiempo que abría la puerta y se apeaba del auto.

Esa mujer, pensó Tony mientras la veía rodear el auto hacia su lado, era el demonio.

Al despertar ese día, el médico le hizo una última revisión; asegurándole que saldría ese día del hospital, puesto que aparentemente, lo único que le fallaba era la memoria. Tony no hizo ni el esfuerzo por decirle al galeno que no era la memoria lo que le fallaba, que en realidad, él no tenía memorias de esa mujer, puesto que no era ella. No valía la pena el esfuerzo, no le creerían, y posiblemente lo retendrían más tiempo en el hospital y él necesitaba salir, necesitaba un teléfono, buscar a Pepper, contactar a una médium para regresar a su cuerpo... algo tenía que hacer.

Cuando el médico se fue, Tony volvió al baño. Había mantenido la esperanza de que todo se tratara de un sueño. Sus esperanzas se habían reducido al ver que el médico le llamaba "Señora Rogers". Aun así se miró en el espejo y volvió a encontrarse con la mujer que interrumpió su entrevista con San Pedro.

—¿Por qué a mí?—se había dicho. Él no había hecho nada malo realmente, era un poco libertino, pero nada más... ok, sí, ser un poco libertino conllevaba cometer más pecados que la gente común, pero ¿cómo imaginar que se moriría tan pronto? Nadie, nunca, piensa que moriría un día antes de su muerte, ¿cierto?

Tuvo un problema para hacer del baño, tuvo que sentarse en el excusado. Le pareció tan poco práctico, como hombre sólo tenía que abrir su cremallera y dejar salir todo. Otro problema era que chocaba con todo, tener dos senos enfrente no le permitía calcular bien las distancias entre él y la pared o la puerta. Era horrible, y eso que no había salido de esa habitación.

—¿Sharon?—escuchó que alguien nombraba a la mujer dueña del cuerpo que ocupaba, pero no respondió, ese nombre le era ajeno.

Seguía mirándose al espejo, convencido de que su yo masculino era la perfección andando, cuando una mujer pelirroja apareció en el margen del espejo. Al principio, Tony creyó que se trataba de su amiga Pepper, pero pronto se dio cuenta que el rojo de ese cabello era mucho más intenso que el de ella.

—Sharon, ¿qué haces?

Tony giró sobre sus talones lentamente.

La mujer era preciosa, Tony se habría ido de cabeza tras ella, de haber sido hombre, claro. Su rostro era hermoso, fino y enigmático, ojos grandes, figura de envidia, una femme fatale por completo. Esa mujer, pensó, con un vestido negro y zapatillas de aguja podría matar a alguien.

El inesperado despertar a tu ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora