Milagro

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Tony llegó esa noche a su casa con la sensación de estar en un lugar ajeno. Se había acostumbrado tanto a vivir con Steve; a esa casa que era un tercio de la suya, pero que era más cálida que ninguna; e incluso, se había acostumbrado a ser mujer.

Tomó una manta de franela y se hizo un ovillo en el sofá de la sala, mientras veía distraídamente la pantalla frente a él y las figuras imprecisas que en ella se dibujaban. No había llamado a Pepper ni a nadie después de su encuentro con Sharon. Sólo quería dormir y comer moras hasta morir. Sin embargo, no podía dejar de pensar en su encuentro con aquella mujer, estaba pensando mandarla a seguir sólo para asegurarse de que no hiciera nada raro. Entonces, se le encendió el foco.

De su visita había obtenido una cosa más: su laptop. Habría querido los anillos en su lugar (al menos uno de ellos), puesto que eran, sin duda, más importantes que nada. Pero Sharon se había negado a dárselos, hasta el día en que firmaran el contrato. Con todo, la laptop ya era algo y contenía algunas de las fotos que había tomado de Steve, vídeos que había pedido a Jarvis guardar, como el del primer beso que se dieron, y otros que eran testigos de la convivencia diaria. Antes, se había sentido un poco culpable por tener cámaras en la casa sin que Steve lo supiera, pero ahora, se agradecía por la idea; podría revivir esos momentos felices siempre que quisiera.

Encendió la laptop y descubrió que estaba bloqueada, lo que significaba que Sharon había intentado usarla. Ingenua. Se notaba lo metiche que era. Rió por lo bajo y accionó el botón secreto que había instalado para desbloquearla. La pantalla entonces encendió y apareció el espacio para la contraseña. Se tronó los dedos y escribió: Capitan handsome, e inmediatamente tuvo acceso a todo lo que en ella tenía.

—Jarvis.

¿Señor?

—Tienes conexión con esta laptop, ¿cierto?

Sí, señor.

—Bien, extrae los vídeos de la semana y luego, muéstrame el de esta mañana. Mientras estás en ello, ingresa a las cámaras en tiempo real y muéstrame que hace Sharon.

Enseguida, señor.

Tony se reacomodó en el sofá, al tiempo que, en la pantalla, aparecía la imagen de Sharon. Estaba en la sala comiendo helado y viendo algún programucho en la televisión. Tal vez, se sentía triunfante por el acuerdo que habían hecho, porque se le veía muy campante. Bien. Estaba controlada. Ahora lo importante.

—Jarvis, ¿ya tienes grabación de lo que pasó por la mañana con Steve?

Por supuesto, señor.

Tony dudó un momento, pero no se permitiría creerle a Sharon.

—Déjame verlo, Jarvis.

Entonces, pudo ver a Steve inclinado sobre sus maletas, justo antes de que Sharon llegara a la sala. Se le notaba muy tranquilo, y de buen ánimo. Tony sonrió, era lindo verle así. Pero vio cómo su semblante cambió cuando Sharon hizo acto de presencia. Nada, absolutamente nada, de lo que ella había dicho había pasado. Todo lo contrario. Steve no parecía feliz, incluso la sujetó de los brazos como si quisiera zarandearla. Pero lo más importante, a diferencia de lo que siempre decían, no eran las acciones, sino las palabras las que hablaban más fuerte. Steve había preguntado por él:

"¿Dónde está Tony?" Había dicho, clara y fuertemente. Steve había visto en los ojos de Sharon y se había dado cuenta que él no estaba ahí.

Sentimientos encontrados se fundieron en Tony. Por un lado, la alegría de saber que el amor que Steve le tenía era real e iba más allá de lo tangible; por otro lado, el temor de que un encuentro podría revelar su identidad; había olvidado que Steve lo sentía. ¿No debería eso facilitar las cosas? ¿No facilitaba que Steve le reconociera y pudieran estar juntos? Sí y no. Tony no quería ver decepción en la mirada de Steve, no podría soportar esa sensación, no proveniente de él.

El inesperado despertar a tu ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora