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No hubo sorpresa al despertar esa mañana y encontrarse compartiendo almohada. Tony sonrió suavemente al abrir los ojos y toparse con el rostro durmiente de Steve, no se movió y procuró, hasta, respirar despacio para no perturbar su sueño. Se quedó, por un tiempo indefinido, mirándole en silencio. Grabando en su privilegiada memoria los rasgos de ese rostro, por más mínimas que fueran. Sus pestañas, por ejemplo, tan largas que parecían tocarle las mejillas; la suave caída de su pelo más largo de lo usual sobre su frente, y los destellos dorados en su cabello que el sol hacía más evidentes; el lunar que tenía en la mejilla; su barba, que no hacía más que volverlo más varonil y atractivo de lo que ya era. Todo, todo, tanto como pudiera, porque esa mañana, como por arte de magia, sus recuerdos habían vuelto, tal como habían sido antes de la llamada "ilusión". La realidad se había restablecido, como cuando una tormenta termina y hasta las aves comienzan a cantar. Todo estaba bien, y eso sosegaba su alma. Pero no quería olvidar nada de nuevo.

Steve frunció la nariz antes de que, tras la cortina de sus pestañas, Tony pudiera ver el vibrante azul de sus pupilas.

—Buenos días—murmuró roncamente el capitán, todavía con un pie en aquello que estuviera soñando.

—Buenos—le respondió Tony, con una voz más limpia y jovial—. Steve, han vuelto.

—¿Quiénes? —dijo Steve tallándose un ojo y estirándose, de paso, en el colchón.

—Mis recuerdos, tal como debían ser.

Steve tardó un poco en comprender cabalmente lo que Tony le había dicho, pero cuando lo hizo, sonrió ampliamente.

—¿En serio? ¿Todo?

—Todo como debería ser. Ahora estoy seguro que el dibujo que me dio Rhodey es el que tú hiciste en Japón.

—Necesito ver ese dibujo—Steve le abrazó, hundió el rostro entre el cuello y hombro de Tony.

Éste último sonrió, el cabello de Steve le hizo cosquillas en la nariz, olía a shampoo aún. Y Tony respiró un poco de él con los ojos cerrados.

—¿No has olvidado nada? —Murmuró Steve con los labios pegados en la piel de Tony, por lo que sonó ahogado—, quiero decir, nada de los acontecimientos recientes.

—Nada—respondió Tony sonriendo aún, sin abrir los ojos—. ¿Cómo está tu hombro?

—¿Mi qué?

Tony rió y se removió lo suficiente para hacerlo retroceder y recostarse con la espalda en el colchón. Eso le dio la libertad de quitar las mantas y trepar a horcajadas al regazo de Steve. Desde su nueva posición de dominio, le pinchó el hombro vendado con un dedo. Recordaba haberle ayudado a vendarlo la noche anterior, después de haber tomado una ducha juntos y antes de hacer el amor, porque, aunque Steve repitió que no pasaba nada, que no le dolía siquiera, Tony no quería lastimarlo accidentalmente.

—Tu hombro—repitió.

—Está bien—le dijo Steve mientras sus manos cerraban entre ellas la cadera de Tony y lo movían ligeramente hacia adelante, en un movimiento sutil, pero claramente sugestivo.

Tony ya no replicó nada, comprendió las intenciones de Steve, que también eran las suyas. Todo lo había calculado y el movimiento triunfal había sido subir así sobre él. Se inclinó hacia Steve y le besó suavemente, al tiempo que su cadera se movía en cortos y ondulantes movimientos. Despertando la pasión del capitán bajo su cuerpo.

Se movió de tal manera que sus erecciones se encontraron y se frotaron una contra la otra, entre sus vientres. Un movimiento suave, que pronto fluyó de mejor manera con la humedad y viscosidad del goteo ya combinado de sus simientes.

El inesperado despertar a tu ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora