Intacto

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San Pedro estaba de pie, justo a un lado de su estrado, en él había dejado sus pergaminos y sus libros, también sus anteojos de montura dorada. Miraba hacia un espacio abierto, luminoso y cálido, cuando Steve entró a su "oficina". Steve no dijo nada, tenía ciertas reservas, le daba gusto conocer al hombre que había llevado a Tony a su lado, pero, también, tenía miedo, porque sabía que estar frente a él significaba una cosa y sólo una. Así que aguardó respetuosamente a que el venerable anciano se diera la vuelta y lo mirara. No tardó mucho, San Pedro giró sobre sus talones, tomándose las manos detrás de la espalda. Sonrió y Steve no supo que hacer.

—Bienvenido, Steve—dijo San Pedro—. Sólo quería conocerte, pero adelante, el camino está libre.

—¿Qué quiere decir? —Steve frunció el ceño y no se movió.

San Pedro ensanchó su sonrisa y se hizo a un lado, mostrándole el espacio que antes hubiera estado admirando.

—Pocas veces—dijo— las puertas se abren sin que yo tenga que hacerlo. Eres de los hijos esperados de Padre, es como si él te recibiera con los brazos abiertos.

Steve le miró y luego, a aquellas puertas abiertas hacia el cielo, hacia el paraíso eterno. Sin embargo, una vez más, no se movió.

San Pedro ladeó el rostro.

—¿Qué sucede? —le dijo—Sólo tienes que cruzar y estarás en el paraíso. Encontrarás tu lugar, aquello que te hace feliz.

Steve bajó la vista.

—Tony no estará ahí, ¿cierto?

San Pedro le sonrió, pero al mismo tiempo negó.

—Tendrás que esperarlo.

Entonces, Steve dio un paso atrás; eso ya lo había imaginado.

—No es el paraíso entonces.

San Pedro le miró por un breve, pero apremiante, momento. Y luego, echó a reír.

—Me lo imaginé—dijo y lo alcanzó para darle una palmada en el hombro—. El paraíso debería ser eso para cualquiera, pero para ti... bueno, se convertiría en el infierno; y es algo que Padre no puede permitirse, ¿cierto? No puede castigarte así, no tiene argumentos. Luego, entonces, tenemos el infierno mismo, pero en tus circunstancias, vendría siendo lo mismo, no sería un castigo en sí, además, ¿de qué podría castigarte? El limbo es tu última opción, te quedarías vagando por ahí, esperando... en fin... todo es igual para ti.

San Pedro tiró de su brazo y lo instó a seguirlo, no hacia las puertas abiertas, sino hacia otra sala conjunta.

—¿Qué podemos hacer con un alma como la tuya? —dijo San Pedro— Que nada parece ajustarse a sus circunstancias, que nada puede hacerle justicia.

—Hay una cosa—dijo Steve un paso detrás del santo.

—Oh, sí. Te escuchamos. No te importaría ser un fantasma... pero, ¿no pensaste que, si haces eso, no podrás volver? Tony morirá, llegará aquí y podrá revivir después de un tiempo y si así lo quiere; pero tú no. Le verás vivir, lejos de ti cada vez, sin saber de ti, amando a alguien más, o creyendo que lo hace; porque, finalmente, se tratará de una ilusión, siempre estará solo, porque existirá, ahora sí, un impedimento físico para encontrarse con su otra mitad.

Llegaron a un salón dorado, o más bien, cubierto por hilos dorados que se entrecruzaban entre ellos. San Pedro se detuvo ahí, Steve lo imitó.

—¿Qué podemos hacer contigo? —suspiró, de nuevo, San Pedro, como pensando consigo mismo.

Steve tampoco tenía la respuesta.

—Bueno, Tony ha estado aquí antes... dos veces... sino me equivoco—San Pedro tendió su mano y un hilo dorado fue hasta ella—. Aquí está él, no la está pasando bien... ¿ves esto?

El inesperado despertar a tu ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora