Azul

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Tony se levantó de la cama, apartó las sabanas y deliberadamente, tiró de las mangueras de suero hasta arrancárselas del dorso de la mano; aquello le dolió, sintió que la piel se rasgaba y que ardía justo donde antes estaba el catéter. Pensó que el dolor era malo, sí, pero no por su naturaleza, sino porque éste significaba que no estaba soñando. El suelo estaba frío, y sumó una sensación real más.

Trastabilló un poco, incluso se sintió mareado, lo cual era normal si había pasado mucho tiempo en posición horizontal. Caminó hasta la puerta que tenía enfrente, agarrándose de lo que pudo encontrar. Se estrelló en la puerta y buscó la perilla. Como había pensado, era un pequeño baño. Localizó el espejo, tragó saliva y sin mirarse, se puso frente a él. Entonces, cerró los ojos y apoyó las manos en el lavabo para sostenerse.

—Vamos, sé valiente— se dijo, pero no reconoció su voz, era tan extraña, tan delgada—. Es un sueño, es un sueño, es un sueño. Abrirás los ojos, Tony, y todo estará bien.

Tomó aire y lo dejó escapar lentamente, cuando se lo terminó, abrió los ojos.

Ahí, frente al espejo tenía a la mujer rubia y atractiva, pero pedante, que había conocido con San Pedro.

Negó mirando esos ojos que no eran los suyos. Se llevó las manos al rostro y palpó los rasgos que no reconocía como propios. No eso no podía ser. ¡No podía ser! ¿Dónde estaba su hermosa barba de candado, perfectamente recortada y chic? Sus dedos tocaron el cabello un poco revuelto, largo y rubio. Volvió a negar, ¿dónde estaba su perfecto pelo castaño, ligeramente ondulado, sexy y suave? Tragó saliva. Sus manos bajaron hasta su pecho, donde dos senos turgentes y redondeados le llenaron las manos

—¡No! ¡Yo no tenía esto!

Tony sintió una punzada de desesperación en la boca del estómago. Antes, mucho antes, había bromeado diciendo que si tuviera el cuerpo de una mujer se pasaría la vida manoseándose... fue gracioso entonces, pero en ese momento, ante la realización de esa fantasía, lo único que podía sentir era desencanto y hasta cierta repulsión por lo que estaba viendo, por cómo se estaba viendo.

Pero aún faltaba lo peor.

Con verdadero espanto anticipado, levantó la tela de la bata de hospital, cerró de nuevo los ojos y buscó en su entrepierna lo que alguna vez lo había convertido en el mujeriego más exitoso de la ciudad; que digo de la ciudad, del estado; que digo de estado, ¡de la nación!

—No, no, no ¡No!—Tony bajó la vista, efectivamente, no encontró lo que buscaba. Nada, ni rastro. —¡¿DÓNDE JODIDOS ESTÁ MI PENE?!

***

Afortunadamente, su grito, a lo lejos, sólo fue eso: un grito ininteligible; pero fue lo suficientemente alto para ser escuchado desde el pasillo, desde el cual Steve llegaba a la habitación acompañado de un médico y una enfermera.

Nada más escucharlo, Steve apresuró el paso, dejando a sus acompañantes atrás; entró corriendo al cuarto y al no ver a Sharon en la cama, pero la puerta del baño abierta, no dudo en entrar a éste último.

—¡Sharon!

La mujer estaba acuclillada en el piso, golpeando el tapete con las palmas de sus manos.

—¡¿Dónde ésta?! ¡Maldición! ¡No quiero esto! ¡Quiero mis bolas de vuelta!—gritaba.

Steve no entendió de qué hablaba y se acuclilló a su lado.

—Sharon, ¿qué pasa?

Su esposa giró el rostro y lo miró. Tenía el rostro enrojecido y esa mirada que solía tener cuando estaba molesta, pero detrás de esa mirada, pudo reconocer algo que antes no estaba ahí: miedo.

El inesperado despertar a tu ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora