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Después de que Steve arrancó y se alejó en la motocicleta de Bucky; y él lloró contra el hombro de Natasha, Tony escuchó la voz de aquel. Bucky había salido detrás de Natasha, pero se detuvo unos pasos atrás y vio a su moto desaparecer con Steve; eso no le causaba problemas, él había tomado muchas veces la motocicleta o el auto de Steve, o la podadora, la caja de herramientas... esa clase de amistad tenían. 

—Necesita pensar—dijo cuando decidió acercarse a las dos mujeres—. Necesita calmarse. Cuando lo haga, volverá, y hablará contigo. Así que tranquilízate. 

Tony levantó la vista hacia él, sus ojos enrojecidos le miraron incrédulos. 

—Es cierto, Tony—dijo Natasha—, es lo que suele hacer. Se enfada, y sabe que necesita alejarse un poco para pensar cabalmente, dejar que las emociones bajen...

—Eso fue lo que hizo la vez del intento de suicidio—dijo Bucky como quién no quiere la cosa, al tiempo que escribía un mensaje en su teléfono—, si él no hubiera vuelto, aquello no habría sido un intento. Ahora, si me disculpan, tengo que marcharme. 

—¿Sucede algo? — Preguntó Nat.

—Nada—Bucky se acercó a ella, le besó en la frente y comenzó a caminar hacia la casa de Steve—, me llevaré su moto, ¿está bien? ¿Cierto?

Tony no contestó, pero ya que Bucky necesitaba entrar al garaje, le acompañó para abrirlo. En cuanto él se fue, Nat le propuso quedarse ahí para esperar a Steve.

—En cuanto llegue, le explicaré todo acerca de esa foto, Tony, no te preocupes.

Eso le había dicho, pero Tony no estaba muy seguro de que eso diera resultado. Qué podía decir Nat, excepto que tenía dudas de su fidelidad y que quería pruebas para desenmascararle. Sin embargo, agradeció su presencia, que le abrazara y tendiera un pañuelo cuando lo necesitaba.

—Le llamaré a Pepper—dijo Natasha poco después, cuando ya había servido un par de tazas de té y el llanto de Tony se había sosegado—. Si ella también habla con Steve, todo volverá a la normalidad rápidamente.

Tony no dijo nada, sólo asintió y se dejó caer en el sofá, agarró un cojín y lo abrazó contra sí. 

***

 —De nuevo, bienvenido, Sr. Stark

Sharon apretó la mano que le tendían y sonrió. La comida con los miembros del consejo había terminado, y ahora, mientras ella y Pepper esperaban la llegada de su auto, el resto de ellos se despedían.

—Por cierto, Sr. Stark—dijo uno poco antes de marcharse—, ¿hará fiesta de cumpleaños? Si no mal recuerdo, será pronto.

Sharon sonrió. No sabía acerca del cumpleaños de Tony, pero la noticia le agradó, puesto que eso significaba una fiesta épica de Tony Stark. Esas fiestas famosas y exclusivas de las que había leído y visto en reportajes de la televisión.

—No creo que sea conveniente aún—dijo Pepper antes de que Sharon pudiera abrir la boca—. Esta a la mitad de su tratamiento, así que primero lo consultáremos con su médico.

Sharon rodó los ojos por milésima vez. Estaba harta de Pepper y la manera en la que la había estado controlando durante todo el día. Afortunádamente para ella, uno de aquellos hombres acaparó momentáneamente a Pepper, y le dio la libertad de alejarse unos cuantos pasos. Su mirada vagabundeó a su alrededor.

Habían comido en el restaurante de un hotel, un edificio lujoso; y Sharon había probado las primeras delicias de ser Tony Stark. No sólo los miembros del consejo se desvivían en atenciones con él, también los meseros y meseras. Lo que quería, ya fuera el platillo más caro, o el postre más fino, lo tenía no bien terminaba la oración. Había sido fantástico, o lo habría sido, sino fuera por aquella guardiana que le jalaba la correa cada vez que podía. Y mientras pensaba ello, y se entretenía mirando a los transeúntes y se erguía para que, si alguna mirada se cruzaba con la suya, supiera que se trataba del gran Tony Stark, aun con la falta de la característica barba. Hablando de ello, ella reconoció a alguien o eso creyó. Le vio en la cafetería al costado del hotel, sentado solitariamente en una de las mesas de afuera. Tal vez, sintió nostalgia, quién sabe, pero tras asegurarse de que Pepper seguía ocupada, caminó hacia el café y comprobó que no se había equivocado.  No podía ser otro, le reconocería en cualquier punto del mundo. No lo había olvidado. No había olvidado el color de su cabello, ni la manía que tenía de dibujar en las servilletas de los cafés, ni la manera en la que ladeaba el rostro cuando lo hacía. Sharon adivinó por el semblante de Steve que algo no estaba bien con él. Se veía un poco desolado, con los hombros gachos y pensativo.

El inesperado despertar a tu ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora