Aleluya

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Tony no quería verlo a los ojos, pero no podía evadirlo. No era como si, Steve, le estuviera sujetando el rostro y le obligara a mirarlo; era algo más aterrador, parecía un juego de imanes, imanes opuestos, evidentemente.

—N-no, no es así...—jaló sus brazos y se soltó del agarré de Steve, un agarre que había creído más fuerte, pero que, en realidad, había sido somero, suave, casi como si hubiera sujetado cristal cortado.

Dio un paso hacia atrás y se sujetó la muñeca izquierda con la mano derecha. Podía sentir aún los dedos de Steve sobre su piel, como el fantasma de una pulsera, como un ligero cosquilleo.

—No, no tiene que ver contigo—le dijo —. Es sólo... sólo... ¡Quiero volver a ser yo!

Dicho eso, dio media vuelta y echó a correr fuera de lo cocina. No tenía idea del porqué, simplemente necesitaba escapar, escapar de esa mirada que parecía querer atravesarle.

—¡Sharon!—Escuchó a sus espaldas y en seguida, de nuevo, el agarre en la muñeca, que le obligó a girar sobre sus talones.

Steve, está vez, no se contentó con sus muñecas, le sujetó de los brazos. Tony volvió a toparse cara a cara con él.

—Lo siento—dijo Steve, y Tony adivinó cierto tono quebradizo en su voz—. Lamento que esto no resultara como querías, lamento no ser la persona que esperabas... pero, por favor, no hagas esto.

Tony no tenía palabras. Podía ver el dolor en esos ojos, la tristeza; podía ver en ellos algo de sí mismo. Podía escucharse en su voz, podía reconocerse en su iris. Steve era como él, Steve estaba roto. Tony recordó su infancia, sus esfuerzos inútiles por conseguir el amor de su padre. Se lo había dicho a Sharon: "Entiendo lo que es ser bueno y no te quieran".

—Haré lo quieras—continuó Steve sin esperar ninguna respuesta de parte de quién creía su mujer—. Te daré lo que me pidas, no sólo tu libertad, lo que quieras. Sólo no hagas esto, no lo hagas.

Tony sacudió la cabeza. Tenía muchas ganas de llorar, pero no quería hacerlo. Así que dejó que el otro sentimiento que lo acompañaba tomara fuerza: el enojo.

—¡No lo hagas!—Dijo y empujó con sus antebrazos el pecho de Steve, para apartarlo—¡Esto no es tu culpa, ¿de acuerdo?! ¡Eres un reverendo idiota! ¡No debes amar así! ¡No puedes entregar tanto de ti ¿me oyes?! ¡Hay personas que no lo merecen!

Libre de nuevo de los dedos de Steve, puso los brazos en jarras, dispuesto a soltarle un sermón, si era necesario.

—¿Sabes por qué paso esto? ¿Crees, de verdad, que el objetivo era quitarse la vida? ¡Por supuesto que no! ¡Quería retenerte a través de la culpa! ¡Quería hacerte sentir tan mal que no fueras capaz de negarle nada! ¡Y tú, pedazo de idiota, estás haciendo justo lo que quería!

Steve le miró con perplejidad. Tony hablaba de Sharon, pero era evidente que Steve creía que aquello era una confesión de la propia mujer. Tony repitió lo dicho, más enojado que antes, casi gritando, sintiéndose harto de no ser capaz de escuchar su voz. Ahora, era el monstruo encarnado, él estaba en el cuerpo de esa mujer loca y todavía más estúpida, porque, ahí, al alcance de su mano, tenía a alguien que habría dado la vida por ella, y lo había despreciado. Ese tipo de cosas, eran las cosas que más odiaba Tony, porque le dolían las propias heridas.

El enojo y frustración retrocedieron; y el llanto de antes ganó terreno. Sintió las lágrimas calientes caer por sus mejillas, lágrimas que no eran suyas, pero que eran producto de sus emociones. Entonces, pasó lo que nunca imaginó: Steve le abrazó.

—Está bien, está bien. Lo lamento—le dijo Steve, mientras Tony lloraba en su hombro.

—No tienes que pedir perdón por nada... excepto por ser tan...

El inesperado despertar a tu ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora