-Terminamos.
Me dijo el capitán, una vez habíamos matado al último soldado enemigo.
-Ganamos la batalla-continuó.
Esa noche todos festejaron.
Todos menos yo.
Yo me encerré en la soledad de un rincón un poco oscuro y los observe apiadándome de su estúpida inocencia. Pobres, festejan haber matado a aproximadamente 37 personas, y eso sin contar las batallas anteriores.
Ellos se ven a sí mismos como los héroes que mataron a Hitler. No se dan cuenta que en realidad mataron a 37 jóvenes, con familia y sin la más mínima idea del conflicto político que había detrás de su sacrificio. Los viejos ricos mandan a los jóvenes pobres a matarse entre ellos y nadie dice nada. Fue así y va a seguir siendo así, no hay nada que yo pueda hacer. Más que sentir lastima, no solo por el chico, sino también por la pobre madre avejentada que espera con un plato de comida caliente a su hijo. Ese plato se va a ir enfriando al mismo ritmo que el corazón de la señora. También está el niño que no aprenderá de los consejos sabios de su hermano mayor y el abuelo, que ya bien sabe lo que es la guerra, pero aun así se sorprenderá al saber que su nieto no formara parte de los sobrevivientes conocidos como héroes, sino que será simplemente uno más de los tantos caídos. Un cuerpo más, según el viejo hijo de puta que mando a todos a morir.
Yo podría ser ese cuerpo, pero fui el que quito la vida. Soy un hijo de puta, lo sé de sobra.
En ese instante, en el que vi al joven Argentino directo a los ojos, vi miedo, solo miedo. Aun así apunte mi rifle contra su corazón y apreté el gatillo tan rápido como pude. Vi como esos ojos se ojos se vaciaban, ya no había miedo, no había nada. Él cayó sobre la tierra como si fuera un muñeco y yo salí corriendo sin mirar hacia atrás. Además de hijo de puta, cobarde tenía que ser.
Luego de esa noche, matamos más argentinos y ganamos la guerra.
Volví a Inglaterra, donde duermo en una cama bien hecha por mi madre. Mientras él está muerto en una isla. No me lo perdono, nunca me perdonare haber quitado esa vida, que seguramente estaba llena de amor y sueños.
Los dos morimos en el momento que dispare la bala. Mis ganas de vivir se fueron con aquel joven. Debería haber dejado que él dispare primero, así sería solo yo el muerto. Pero la vida es injusta y un hijo de puta como yo sigue vivo, físicamente por lo menos.
Lo peor de todo es que me llaman héroe. Yo no soy ningún héroe. Un héroe no mata inocentes sin una pizca de maldad. Un héroe hubiera encontrado la paz y no la muerte. Alguien que mata a sangre fría, no es ningún héroe.
Yo solo soy un hijo de puta con suerte. Nada más.
La única razón por la que no agarro el rifle que tengo y me hago un agujero en la cabeza, es por mi madre. Por mantenerla viva aunque sea a ella.
¿Tantas vidas valen esas islas?
¿O todo fue una batalla de orgullos, en la que los jóvenes servimos de peones? Eso debemos ser para los viejos ricos, peones, simples piezas sacrificables.
Que poco valor que tiene la vida y que poca justicia hay en el mundo.
Puedes hacer lo que quieras, siempre y cuando tengas dinero.
Yo no tengo dinero y estoy libre, por eso estoy seguro de que la vida no tiene sentido. Pero es demasiado bella como para ser arrebatada por unas estúpidas islas.
Ahora no sé qué voy a hacer con mi vida. Si voy a vivirla con ganas y sorprendiéndome de su belleza, o si en cambio voy a hacer un poco de justicia y terminar todo cuando mi pobre madre muera. No lo sé.
Me pregunto como aquel joven hubiera vivido su vida.
No importa, era solo un peón, ¿verdad viejo rico hijo de puta?
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Volviendo a la realidad
Short StoryHistorias cortas que pinchan la burbuja de la fantasia, que te demuestran cuan duro puede pegar la realidad.