5.

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No se podía describir en palabras la sensación de alivio que sintió cuando al fin pudo deshacerse de esos zapatos del demonio, de su ropa, de su incomodo sujetador y se pudo retirar tranquilamente todo el maquillaje que le habían puesto. Después de muchas horas, al fin, se volvía a sentía ella. Recogió su cabello castaño en un moño alto y se lavó la cara con agua y jabón. Con la cara aun mojada se miró en el espejo, se veía cansada, agotada y con mucho sueño. Había sido un día muy largo para los dos y lo que más le apetecía ahora mismo era descansar, tumbarse en la cama, cerrar los ojos y descansar.

La actuación había ido bien, la habían superado con éxito, seguían dando la imagen de una pareja joven y enamorada que sólo querían abrazarse y besarse. Pero ya no era así. Sus manos ya no encajaban como antes, sus miradas ya no eran cómplices y sus intenciones ya no eran buenas. Durante el ensayo, los dos ni se habían mirado a la cara, habían estado sentados uno al lado del otro y con la mirada perdida en el horizonte. Mintieron a los técnicos de sonido, les dijeron que solamente querían comprobar la realización del sonido ya que su única preocupación era que no se escuchasen bien o que la música estuviese demasiado alta. Falso, su única preocupación era volver a cantarse a los ojos su canción durante tres minutos.

Aún que no hubiesen ensayado la puesta en escena por miedo, la defendieron muy bien, pero ¿a quién querían engañar? Cantando habían sentido un nudo en la garganta y mariposas en el estómago. Esa era su canción, su historia, su pasado. Cada frase les traía en mente un recuerdo de su felicidad. Esa canción era capaz de despejarles la mente, de quitar todo su odio, de curar el dolor y de alejar su rabia. Durante tres minutos habían vuelto a ser esos dos jóvenes que se cautivaron improvisando canciones con la guitarra en el sofá de la academia, esos jóvenes que conectaron con una canción de Judit Nedderman, esos jóvenes que se habían enamorado a ritmo de City of stars compartiendo piano. Pero cuando Amaia rompió el abrazo final, esos dos jóvenes se fueron igual que la magia de su canción.

A Amaia le encantaba la sensación de ponerse cremas de noche en la cara, el contraste de la crema fría con su piel caliente le hacía estremecerse y se relajaba. Seguido, cogió su viejo pijama de cuadros y se lo puso. Era el mismo pijama que había llevado tantas veces en la academia, el que había llevado cuando vieron la gala de Navidad, el que... sacudió la cabeza para no pensar más en el pasado y rápida como un relámpago recogió toda su ropa del suelo, quitó el candado del baño y salió.

—¿Pero que...? —chilló al salir. No se esperaba para nada la escena que tenía delante suyo. No se podía creer lo que estaba viendo. Cuando habían llegado a la habitación Amaia se había encerrado corriendo en el baño diciendo que se iba a poner el pijama y supuso que Alfred haría lo mismo. O eso creía ella. En ningún momento se le pasó por la cabeza la idea de encontrarse a Alfred tumbado al pie de la cama, en el suelo, haciendo flexiones. 

—Ma-ga-lí —bufó en chico entre flexión y flexión. Amaia se colocó a su lado y se lo quedó mirando con cara extraña. Alfred hizo un par más de flexiones y se dejó caer completamente en el suelo—. Ya sabes... dijo que no dejáramos de lado nuestra forma física.

—¿Y te acuerdas ahora, a la una de la madrugada y vestido con un traje? —Alfred se levantó de un salto y encogió los hombros. Tiró la chaqueta que llevaba encima de una butaca, se limpió todo el sudor que chorreaba de su frente con la mano y mientras se desabrochaba los botones de la camisa fue a abrir la ventana de la habitación.

—¿Qué haces loco? —Amaia tiró toda su ropa encima de la cama y fue detrás de él a cerrar la ventana y a pasar la cortina—. Es abril y estemos en Ámsterdam, calor, calor, no hace...

Cuando se giró se quedó en shock. Encontró a Alfred tumbado en su lado de cama solamente con ropa interior. Toda su ropa se encontraba cuidadosamente doblada encima del sillón donde minutos antes había dejado su chaqueta. Amaia se quedó petrificada mirándolo, no podía apartar la vista de su cuerpo, hacía demasiado tiempo que no lo veía en esas condiciones. El calor se empezó a apoderar de ella y sus mejillas se sonrojaron.

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