27.

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Y sin ninguna razón aparente, sin entender por qué, sin poder controlarlo, explotaron de risa.

Encerrados en ese ascensor, esperando llegar a su planta, sin hacer nada, quietos, cada uno en un extremo del grande cuadrado, sus risas histéricas no cesaban, no paraban. Reían, reían y volvían a reír incluso provocando incluso que alguna lagrima les cayera por el rostro. La barriga les empezaba a doler y respirar les resultaba casi imposible.

—No... Puedo... —intentó decir Amaia entre carcajadas.

—Pe... Pero... ¿Tú de que te ríes? —preguntó Alfred mientras cogía aire para poder seguir riendo.

—¡Yo que sé! —exclamó ella—. ¿Y tú?

—De Manu —dijo Alfred provocando que Amaia volviese a reírse de nuevo con él.

—¡No puedo!

Ese ascensor era una fiesta. Ambos daban palmas y pisaban fuerte el suelo al recordar lo que había pasado media hora antes en el Museo de Arte, Arquitectura y Tecnología de Lisboa. Entre copa y copa el tiempo se les había pasado volando. ¿Qué hora era? Ni lo sabían ni les importaba. Estaban disfrutando, bailando y bromeando. Después de recorrer toda la alfombra azul habían entrado en una sala aún más impresionante que la anterior. Habían pasado toda la velada juntos, atacando toda la comida y bebida que había y hablando con la mayoría de sus compañeros. Esa noche, el inglés no había sido un obstáculo para ellos.

El momento de las entrevistas les quedaba ya muy lejos, tanto, que ni recordaban ni que les habían preguntado ni que habían respondido. Como las preguntas eran siempre las mismas, sus respuestas eran ya casi automáticas, nopensaban su contestación antes de abrir la boca. Lo que sí era cierto era que, en las entrevistas más recientes, habían mostrado una complicidad y una conexión diferente a todas las demás, una faceta que aún nunca habían mostrado antes. Ya fuera a causa del alcohol o de su emoción, se habían mostrado coquetos, pícaros y desvergonzados.

—Dios mío, vosotros dos os volvéis en un taxi pero ya de ya —les dijo Fernando cuando los encontró, al fin, dando vueltas, perdidos, con demasiada alegríaen elcuerpo.

—¡Fernando! ¡Guapo! —le chilló a la cara Alfred cogiéndole por las mejillas mientras se reía solo.

—¡Te queremos demasiado! —añadió Amaia uniéndose a ese espontaneo abrazo colectivo—. ¡Eres el mejor! ¡El mejor del mundo!

—Dame esto —e inmediatamente Fernando le arrebató la copa que sujetaba Amaia—. Creo que ya no lo necesitas más...

—¡Eh! ¡Que es mío! ¡Devuélvemelo! —gritó Amaia enfurruñada.

—Ahora es mía... Y esta también —añadió Fernando haciendo lo mismo con la copa que sujetaba Alfred.

—Eh tío, esto no se hace —bufó el chico,cruzándose de brazos como si fuera un niño pequeño al que le acababan de quitar una piruleta—. Se lo voy a decir a mi padre y seguro que te regaña... ¡Papá! ¡Manu! ¡Manu!

—Está ahí —señalo Fernando detrás de los chicos. Manu estaba en medio de la pista, bailando solo, con lacopa en mano. Al ver que los tres le miraban fijamente les saludó con la mano libre y siguió alo suyo, moviéndosearrítmicamente.

—¡Esto es un puto temazo! —les chilló dejándose la voz mientras seguía moviendo la cabeza al ritmo de la música.

—Creo que él también necesitará un taxi en breves... —suspiró Fernando mientras contemplaba la situación de su alrededor. 

Sólo recordarlo les hacía llorar de risa. Horas atrás, en el autobús, les habían insistido en que se controlasen con la bebida y no habían cumplido con su palabra pero, lo más surrealista de todo, es que los propios miembrosde la organización tampoco habían acatado las normas. Eso era todo un cachondeo.

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