UN COLEGIO MEJOR, PARA UNA NUEVA Y MEJORADA AGUSTINA

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Agustina Pringles Pardini | Mía y yo

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Un colegio mejor, para una nueva y mejorada Agustina

¡Ay, el San Nicolás de Bari! Cómo olvidarte, si fuiste lo mejor y lo peor que me pasó en mi vida. Conocí personas maravillosas y personas de mierda que solo lograron convertirme en una desquiciada. Lo mejor que me pasó fue conocer a Marcos, él fue el primer amigo que hice en esa escuela, era insoportable, pero muy buena persona. En 5° año Rodrigo, Oriana y Maxi revolucionaron mi vida. Eran las personas más increíbles que había conocido. Rodrigo y Oriana son mejores amigos desde muy pequeños y entraron al colegio con confianza, sacando esa alegría murguera que llevan dentro. Rodrigo es alto 1,89, delgado, tez blanca, ojos marrón oscuros, un pelo bastante particular y dejaba una estela de buena onda, alegría y fiesta por donde caminaba, es un hermoso chico. Me hubiera enamorado de él, pero había un minúsculo problema: es gay. Oriana es otra que dejaba alegría donde camina, todo el mundo la quería... De estatura promedio, tez morena, ojos oscuros, pelo negro, una chica curvilínea, piercing en la nariz y seis tatuajes distribuidos por sus brazos. Era y es hermosa. Maxi era estatura promedio, tez morena, ojos oscuros y los más dulces que vi, delgado y era más bueno que el pan. No mataba ni a una mosca.

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Era feliz, tenía amigos, me iba bien en la escuela, estaba en el Cuerpo de Bandera, tenía a mi psicóloga, a mi familia feliz y a mis hermanas, ¿qué más podía pedir? Pero al destino le gusta jugar con nuestra vida... A mediados de agosto, estando en quinto año, viajé a Buenos Aires al recital de un rapero que me gustaba mucho, mi mamá me acompañó. Regresé a San Juan y tres días después me desmayé en el colegio. Desperté en el hospital sin saber quién era, ni quién me acompañaba. Había tenido otra TIA (Accidente Isquémico Transitorio Cerebral). Aún tengo lagunas mentales, hay cosas que después de muchos años de esto, aún no recuerdo. Pero bueno, cosas que pasan.

Segunda semana de marzo de 2015

Nuestro último año, el que debía ser el más memorable, el viaje, la fiesta de egresados. Fue el mejor y peor año de mi vida... bueno, es mentira, iban a existir años peores. El calor de marzo nos agotaba. Me sentaba junto a Maxi y detrás de dos chicas –ambas nuevas– llamadas Salomé y Rocío. Mientras esperábamos a que llegara un profesor, entró la preceptora a decirnos que ingresaban un chico y una chica nueva... Me dio igual. Vi entrar a la chica –Ana si mal no recuerdo– y tras ella al hombre más hermoso que había en la tierra y en ese mismo instante me cautivó. Se llamaba Juan y tuvo mi atención el resto del año. Cumplí 19 años, fui bailar con amigos a un boliche de verano llamado La Previa; un lugar que era todo abierto, al aire libre. Esa noche me pasó a buscar un chico con el que tenía onda, Maximi

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liano, lo conocí por internet. Se ofreció a llevarnos a mí y a mis amigas a la casa de mi abuela, yo iba sentada entre Oriana y una amiga de ella –de la que no recuerdo el nombre–. Él iba adelante al lado del taxista. Totalmente ebria empecé a hablar con él y mi teléfono sonaba y sonaba... Era Oriana que me wasapeaba y decía: «ni loCA dejo que te vAyAs Con él». Él quería dejar a mis amigas y llevarme a un hotel. Nos acompañó a casa de mi abuela y mientras esperaba a que nos abriera la puerta, mis amigas se habían sentado en la vereda. Yo estaba apoyada contra un árbol, haciendo equilibrio para evitar caerme y tirando de mi micro vestido negro con lentejuelas plateadas. Él no dejaba de mirarme. Cuando mi abuela abrió, las chicas entraron, podía mirarlas desde la ventana; estaban sentadas en el sillón. Maximiliano me besó, no fue un buen beso, lastimó mi boca cuando me mordió el labio inferior. Dejé que se fuera. Meses después me llamó la novia o esposa, o lo que fuera, no sé quién mierda era, pero llamaba para decirme que dejara de joder con él porque era suyo y, que además, tenía dos hijos con él. Yo había visto en su perfil de Facebook fotos que tenía con unos niños, pero me dijo que eran sus sobrinos. Nunca supe que eran sus hijos hasta que me llamó esa loca. Gracias a Dios no lo vi más. Los meses pasaban en el colegio y me iba enganchando cada vez más a Juan. Es tan alto, con ojos café, tez pálida, cuerpo musculoso. Hermoso con todas las letras, parecía dulce... Pero las apariencias engañan. Detrás de esa «dulzura» había un ser cruel al acecho. Comenzó a fijarse en mí, lo que me resultó extraño porque nunca fui linda, pero se fijó en mí. Estaba como loca. El frío invierno apareció y comenzaron los comentarios calien

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tes. Un día, solos en el curso, él sentado en la silla del profesor y yo al final de espaldas a él, me dijo: «Cómo te rompería el culo». Lo miré y me reí, y así comenzaron los comentarios, los mensajes subidos de tono, las caricias que me alteraban las hormonas. Siempre la «perfección» tiene un problema. Era –y aún es– adicto a las drogas. Así que me contagié de él, no me volví adicta a las drogas como él. Si el llevaba pastillas y me ofrecía, yo las tomaba con él; a veces yo robaba las pastillas de mi abuela y las tomábamos juntos. Un día en clases me agarró de la mano, me apoyó contra uno de los bancos, su cuerpo sobre el mío, movió el pelo que me tapaba los ojos detrás de mi oreja y dijo: «Tengamos sexo oral». Que calor me entró en ese instante. Luego de decirme eso, guiñó un ojo y se fue al patio y yo ahí parada, estupefacta. Rodrigo y yo habíamos hecho una apuesta. Consistía en que si, en un plazo de 3 meses no me acostaba con Juan, tenía que darle 500 pesos. No sólo nunca le pagué, sino que no recuerdo haberme acostado con él. Como era costumbre en mi escuela, todos los años se hacía a mediados de septiembre o principios de octubre una feria de arte. Nosotros debíamos aprobar 10 trabajos –dibujos– para poder pasar la materia con nuestra profesora Natacha. Teníamos también un maldito trabajo de comidas típicas de San Juan. En ese tiempo estaba muy pegada a Rodrigo, ya que él era como mi protector. Me salvaba de cada una de mis estupideces. Una clase formamos grupo de trabajo entre Juan, Rodrigo y yo. Esa misma tarde nos juntamos en casa de Rodrigo. Es una casa antigua y larga, aunque bastante bien conservada. Lo que más me gustaba de ella era la terraza. Empezamos con el tra

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bajo sin Juan, porque como siempre, era impuntual. Llamó para decirnos que venía con «tres amigos de los buenos», Cuando llegó no venía con nadie y nos dio a entender, a Rodrigo y a mí, que llevaba porros –cigarrillos de marihuana–. Arrodillada en un banco de madera, sentí que Juan entró en la habitación, no me di vuelta. Estaba concentrada en la computadora, sabía que era él por su particular perfume, una mezcla de porro con tabaco, un aroma que aprendí a amar. Saludó a Rodrigo y se acercó por detrás de mí, colocó su mano en mi abdomen y besó mi mejilla derecha. Sentí calor. Me quité la campera. No recuerdo qué cosa de colores –creo que era un esquema– intentábamos entender con Rodrigo, me paré de mi asiento, me eché hacia atrás y Juan pasó su mano por mi cintura, apretándome a él para que sintiera su erección. «¡Mierda!, ¿qué hago ahora?» –pensé. Fuimos un rato a la terraza, Rodrigo y Juan fumaban marihuana, yo me senté en la orilla del balcón, pensativa. Juan se acercó a mí y me dijo: «Fumá, te va a relajar», di dos pitadas y ya estaba mareada, dispuesta a cualquier cosa. Besó la comisura izquierda de mi boca. Rodrigo ya no estaba. Me bajó del balcón y se apoyó sobre mí, comenzó a besarme frenéticamente, nuestras lenguas bailaban, sus manos pasaban de debajo de mi pantalón a debajo de mi corpiño. Yo tenía las manos enredadas en su cuello, él sacó la mano de mi pantalón, agarró una de mis manos y la metió dentro de su bóxer. Con la respiración agitada, los corazones latiendo a mil por hora, me dijo: «Sentí como me tenés». Su pene era grande, empecé a masturbarlo y él a mí. En el mejor momento, Rodrigo nos interrumpió. Quería matarlo, ¡LITERALMENTE! Un rato después, ellos charlaban y yo decidí bajar para tomar agua. Sentí que alguien me giraba y me apoyaba contra la mesada de la cocina, era él nuevamente. Segundo round, no me dio

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vergüenza ni nada, le desprendí el pantalón y le saqué el pene del bóxer, empezamos a masturbarnos uno al otro, hasta que me suplicó que me arrodillara y le diera sexo oral. El tamaño de su sexo me estremecía. Acabamos. Rodrigo bajó y dijo: «¿Puedo entrar?» Nos hicimos los boludos, yo me di vuelta. Me serví un vaso con agua, Juan sacó unas mandarinas de la heladera. Rodrigo entró y el ambiente sexy que había en ese momento se esfumó, como si nada hubiera pasado nunca. Después de ese encuentro, se volvió frío, distante, cruel. Se volvió así porque yo no lo deje tener sexo conmigo, fue porque no llevaba condón en ese momento. Si lo hubiera llevado, lo hubiera dejado hacerme lo que fuera. Yo lo miraba cada vez más enamorada y el me ignoraba todo el tiempo, salvo cuando necesitaba que lo cubriera en la escuela, que lo cubriera de la directora, de algún profesor, de la psicóloga del colegio. Cuando me di cuenta que empezó a ignorarme, le dije a una profesora, como venganza, que él consumía drogas, que lo había visto. Estaba enojada, muy molesta, empezó a tontear con otras y se olvidó de mí, a mí me partió el corazón, el alma y el espíritu.

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