Capítulo 1.

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  Y allí estaba él, sentado en la silla de su escritorio con las manos en la cabeza mientras contaba las horas como si de minutos se tratasen, no había nada que no le recordase a ella, a su perfume, a sus horas de continuas sonrisas, a sus preciosos ojos de un color verde esmeralda mezclado con gotas de Coca-Cola.

  Todas las noches se resumían a lo mismo, a mil preguntas yendo y viniendo a su mente, pero ninguna quedándose, ninguna siendo contestada. Habían sido noches de insomnios, noches de desvelos, noches de levantarse a las tantas de la madrugada empapado de sudor... Quería borrar todos los recuerdos, no sentir nada más, pasar por aquel banco dónde un día estuvieron sentados y no llorar al recordar su nombre, pero le resultaba imposible. Necesitaba pasar de página, olvidarla, pero cada vez que intentaba hacerlo volvía a caer, volvía a pensar en ella, en si estaría bien sin él, en si ahora sería feliz.

  David se levantó, cogió la primera chaqueta de su armario y se dispuso, después de varias semanas encerrado allí, a salir a la calle. Comenzó a caminar, se colocó la capucha sobre la cabeza, se puso los auriculares y encendió el modo aleatorio de su reproductor de música. Empezó a sonar "Quererte a mi modo" de Dante, y de repente le vino a la cabeza su imagen, esa canción le traía demasiados recuerdos de momentos vividos junto a ella, pero aún así, se dirigió cabizbajo al paseo de la playa.

  Necesitaba sentarse, como cada atardecer, en la arena; sentir ese tacto bajo sus manos, mirar al horizonte y dejar la mente en blanco mientras las notas de música se deslizaban en sus oídos. No había mucha gente aquella tarde, y eso de una manera le alegraba, no le gustaba que le viesen llorar, no le gustaba que le viesen débil.

  Se quitó los auriculares, apagó el móvil y lo metió en su bolsillo derecho. Podía oír cómo las hojas de las palmeras se movían por el viento, cómo las olas morían en la orilla y la espuma poco a poco iba desapareciendo hasta que de nuevo otra ola volvía a chocar, repitiendo el proceso una y otra vez.

  De repente un balón de volley cayó a pocos metros de él, se levantó y lo cogió con ambas manos. Al alzar la vista vio venir a una chica corriendo, con el pelo pegándose en su cara y en su brillo de labios, pero aún así sonriendo.

—Perdona, no hemos calculado bien y se nos ha escapado —dijo a modo de disculpa—. ¿Nos lo devuelves?

No paraba de sonreír, y eso a él le atraía, se quedó unos segundos callado mientras la observaba; era preciosa, tenía unos ojos marrones color miel que hipnotizaban, una piel morena que daba la sensación que acababa de ser bronceada, y un pelo tan negro como el carbón. Llevaba una blusa de color amarillo que le resaltaba la tonalidad de su piel y unos pantalones cortos vaqueros que le marcaban su perfecta silueta.

—Claro, perdona —contestó David dándole el balón—. Todo tuyo.

No me suena haberte visto antes por aquí, ¿eres nueva?

—Sí, se podría decir que sí. Hace pocos días que he llegado —respondió con su perfecta sonrisa—. Me llamo Cía, encantada.

—Soy David, y lo mismo digo.

Noches entre foliosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora