CAPITULO CATORCE

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En el instituto, en 4º curso nos explicaron la teoría de un sociólogo, un tal Maslow, que decía que todos buscamos las mismas 7 cosas en la vida, él lo llamó: la jerarquía de las necesidades humanas.

Lo primero que buscamos es la supervivencia, la salud que nos permita seguir viviendo.

Lo segundo es la seguridad, sentirnos protegidos, a salvo en nuestra casa.

Después está el amor, según Maslow nadie puede vivir sin tener amor o sin buscar el amor.

La cuarta es el respeto, que los demás valoren lo que hacemos, nuestras decisiones, aunque nos equivoquemos.

Le sigue la necesidad de entender, de conseguir explicar por qué la gente toma decisiones que nos duelen.

La penúltima necesidad humana es la estética o espiritual, sentirnos parte de algo especial y único, el plan perfecto d nuestras vidas.

Y la última, la autorrealización, intentar encontrar nuestra autentica naturaleza, lo que somos.

Hace casi dos semanas que estoy en Los Ángeles para componer y grabar temas para el que será mi primer trabajo discográfico, así empieza mi carrera. Maslow diría que estoy llevando a cabo la séptima de las necesidades humanas, pero Maslow no tiene ni idea de lo que es despertarse abrazada a Luis, así que se puede meter su teoría por donde le quepa. Porque lo único que buscamos todos en la vida, lo único, es ver a la persona que queremos cuando abrimos los ojos por la mañana.

Dos días, solo quedaban dos días. No es que se me estuviera haciendo largo mi viaje a LA, porque no lo era, pasaba los días súper entretenida entre mis clases de inglés y las tardes en los estudios de composición, pero la verdad es que le echaba de menos. A él y a toda mi familia. La diferencia horaria estaba haciendo imposible hablar cada día con mis padres y mis amigos. Cuando yo me levantaba, ellos estaban a punto de acostarse y echaba de menos hablar con ellos. Con él era diferente. Cuando yo me levantaba, él... él se levantaba. Había acoplado su horario al mío. Era como si estuviera allí conmigo, a mi lado todo el tiempo. Lucía unas enormes bolsas bajo los ojos al más puro estilo panda por todos lados. Los primeros días fueron duros, y simplemente con oír su voz me sentía en casa, me animaba a seguir adelante. Me recordaba que solo iban a ser dos semanas y que no se acababa el mundo. Siempre he sido muy tremendista. Yo le reñía, debía estar al cien por cien para acabar el fascinante disco que estaba componiendo. Tenía muchas ganas de que por fin su trabajo saliera a la luz y todo el mundo supiera el gran talento que tiene. Él coge una guitarra y en menos de dos horas te escribe una canción, hace magia con sus manos, así es como le llamaba últimamente. Mientras que a mí me tenían en salas de composición "obligándome" a exteriorizar mis sentimientos y así poder crear, él con posar sus dedos en las cuerdas de su guitarra creaba.

Subí a ese avión sabiendo que quedaban muchas horas por delante antes de aterrizar en Barcelona, para mi suerte estaba mi prima conmigo y no tenía que pasar esto sola. Al llegar a Barcelona y pasar la puerta de salida divisé a mis padres, sus sonrisas casi no cabían en sus rostros, estaban orgullosos. Me encantaba verles así, era el resultado de todo lo que yo estaba consiguiendo, orgullo, y a mí con su orgullo me bastaba.

Los días en Barcelona pasaron entre lavadoras y deshacer y rehacer mi maleta, por fin volvía a Madrid. Me reencontraba con él.

- Toc, toc. ¿Se puede?

- ¡Mamá! Pues claro que se puede, tú siempre puedes.

- ¿Lo tienes todo? Vamos a estar unos días sin vernos.

- Si creo que lo tengo todo – vi como su rostro cambiaba, estaba triste - ¿Estas bien mamá?

- Sí, claro. Solo estoy un poco triste cuando te vas.

NO ES NECESARIO HABLARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora