- Por tu madre Luis pon bien los tornillos que no quiero que se nos escoñe la niña.
- ¿Pero qué dices? ¡No ves que los estoy poniendo bien! – dijo mientras enroscaba uno de los tornillos de la cuna.
- Pero enróllalos bien, hasta que no puedas más. Te dije que llamásemos a alguien que sepa montar estas cosas. – le indicaba sentada desde el borde de la cama mientras acariciaba mi tripa.
- Aitana ¡yo se montar estas cosas! – por su tono noté, que empezaba a enfadarse.
- ¡Pero no te despistes! – le replique señalando.
- Aitana, cariño – se levantó y me cogió de los brazos. – Yo a ti te quiero mucho lo sabes ¿no? – afirmé con mi cabeza. – Pero ahora mismo, te quiero lejos – dijo mientras levantaba el tono de su voz.
- Jo Luis, solo quiero ayudar – empecé a llorar. Luis resopló.
- Señor dame paciencia – dijo mirando al techo.
- Es que me siento inútil.
- ¡Mira! ¿Sabes que puedes hacer? – dijo llamando mi atención. – Porque no metes en la bolsa las cosas que faltan. Así ya está lista para ir al hospital.
- Eso es aburrido Luis.
- Claro, es mucho más divertido poner de los nervios a tu marido mientras monta la cuna de vuestra hija. – me miró serio. Resoplé.
- Está bien.
En ese mismo instante llamaron al timbre. Salvada por el timbre, me dijo desde la habitación.
- Luis es Amaia – grité desde el recibidor.
- ¡Madre mía! ¿Pero y esta barriga tan redonda? – dijo mientras puso cara de asombro, después me abrazó. – Te he echado de menos.
- Yo a ti también. ¿Cuándo has vuelto? – mientras pasábamos al salón.
- Ayer por la noche. ¡Hola Luis! – le dijo mientras le saludaba por el pasillo. Luis con el torso descubierto seguía enroscando tornillos. - ¡Oye! ¿No hace mucho fresco aquí?
- ¿Enserio? Pues yo estoy sudada – le dije mientras movía mi camiseta.
- ¡Qué guapa estás!
- Eso lo dices para quedar bien.
- ¡Qué va! Es cierto, estás guapísima. ¿Cuándo le queda a esta princesa?
- No te fíes de ella – apareció Luis en escena esta vez con la camiseta puerta – el demonio habita en ella. – le hice una burla mientras ellos se abrazaban.
- Si todo va bien – le conté a mi amiga – en tres semanas salgo de cuentas.
- En verdad ya puede nacer cuando quiera, la fecha solo es un número – me apuntó Luis. - ¿Te quedas no?
- De eso quería hablaros – continuó Amaia. – En verdad no me quedo. Aquí tenéis mucho lío. Pero me vais a tener muy cerca. He alquilado un piso al final de la calle. Quería estar cerca de vosotros. No sé cuánto tiempo me quedaré pero sois mi familia. – los tres nos abrazamos. – Además quiero pasar tiempo con mi sobri. – dijo esta vez acariciando mi tripa. - ¿Ya lo tenéis todo preparado?
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NO ES NECESARIO HABLAR
RomanceTodo estaba en calma, como esa calma que aparece antes de un tsunami... demasiada calma para tanto tsunami, pero realmente, entre él y yo, no era necesario hablar de hecho entre nosotros, las palabras sobraban demasiado.