Dublín es una ciudad cómoda, acogedora y llena de color. Nada más llegar, me llamaron la atención sus puertas, tan cuidadas y todas pintadas de colores vivos. Está claro que son un signo de identidad de la ciudad. Otra cosa que me llamó la atención fueron los pubs irlandeses. De los ambientes más sanos y divertidos que he visto. Dublín también es música. Casi en cada esquina te encuentras con auténticos músicos tocando.
Pasear por Dublín es un placer que he aprendido a valorar. Con Luis, de la mano, sin que nadie nos mire por quien somos o lo que hacemos, aquí somos dos más entre tanta gente. Los dublineses son gente encantadora y muy abierta. En todos lados son muy amables y se ofrecen a ayudar si lo ven necesario. Hasta Julia se ha fijado: "En este país es en el que más sonríen del mundo" me ha dicho hoy. Por algo los llaman los latinos del norte de Europa. Por ellos no se nos hizo muy complicado acostumbrarnos a vivir aquí.
Julia parecía que lo había hecho toda la vida. Al poco de llegar, decidí pasar tiempo con ella y aprovechamos para visitar alguna escuela infantil donde pudiera ir para aprender inglés y familiarizarse con el resto de niños. Encontramos una preciosa. Era una casa antigua de fachada blanca y puerta amarilla. Solo serían unas horas, tampoco habíamos venido a Dublín para aparcar a los niños en una escuela infantil, pero a Luis y a mí, como pareja también nos iba a venir bien ese ratito sin niños y ella estaba encantada. Al segundo día ya salió con una niña de la mano y me la presentó como su mejor amiga, Amelia. Sus padres también eran españoles y se habían mudado a Dublín por motivos de trabajo.
Con Alberto la cosa fue distinta, a él le costó más adaptarse a los dublineses. Era de otra pasta, más retraído, refinado, más de papá y mamá. Volvía a despertarse por las noches y corría hasta nuestra cama, sus preguntas infinitas retumbaban en mi cabeza nada más abrir sus ojos, pero un buen día me dijo; sabes mamá, he pensado que ya no tengo miedo que esta casa no me da miedo, no es igual que la nuestra pero estáis tú y papá. En pocas palabras, se sentía en casa.
Tres días después de llegar a Dublín puedo confirmar que nos hicimos a su horario. Nos despertábamos pronto con el hilo musical que nos ponía todas las mañanas Luis a tope. Estábamos aprendiendo mucha música inglesa.
- Hola mamá – baje a la cocina y allí me los encontré a los tres.
- Hola cariño – le dije a Julia besando su cabeza con amor. – hola bichejo – hice lo mismo con Alberto que estaba sentado sobra la gran isla que ocupaba el centro de la cocina.
- Mamá tamo haciendo totitas – me contesté el pequeño muy sonriente - ¿tu teres?
- Si mi amor, yo también quiero. Luis – le rodeé por la cintura apretándolo contra mi pecho.
- Amor, te has levantado cariñosa eh – se giró para quedar frente a mí y darme mi beso de buenos días. – Les voy a llevar yo al cole, después pasaré por la panadería. Así tienes tiempo de arreglarte y visitamos St. Stephens – uno de los parques más antiguos de Irlanda.
Mientras los niños pasaban unas horas en el colegio, nosotros aprovechábamos para pasar tiempo juntos. Ir a la compra, desayunar en algún restaurante de la zona, visitar lugares emblemáticos o simplemente juguetear bajo las sábanas como hacía tiempo que no hacíamos.
- Aitana cariño, ya estoy – gritó Luis entrando por la puerta de la casa. - ¿Ya estás? Podemos coger las bicis, hace un día estupendo. ¿Aitana? – preguntó de nuevo.
- Estoy arriba, ¿puedes venir?
- ¿Qué haces? Eres muy lenta, te dije que te arreglaras mientras... La madre que te parió – allí le esperaba con un picardías que había comprado un día atrás en el Ann Summers, tenían cosas cuanto menos curiosas, menos mal que no me costó mucho dinero. - ¿Tienes ganas de gresca, eh?
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NO ES NECESARIO HABLAR
Любовные романыTodo estaba en calma, como esa calma que aparece antes de un tsunami... demasiada calma para tanto tsunami, pero realmente, entre él y yo, no era necesario hablar de hecho entre nosotros, las palabras sobraban demasiado.