Dejamos el coche mal aparcado delante de la puerta del aeropuerto y Luis le dio las llaves a un señor que nos estaba esperando. Del maletero sacó dos maletas, ni siquiera me había percatado que me había hecho el equipaje, "tu madre me ayudó", dijo dándose cuenta que no paraba de mirar las maletas. De nuevo corrimos hacía la puerta de embarque y así hasta llegar por fin al avión, a estar sentados en aquel gran avión. Volábamos por la noche, eso no quitaba mi miedo, pero en esta ocasión estaba junto a él.
Llegamos a Paris sin ninguna incidencia y después de recoger nuestro equipaje salimos cogidos de la mano, no podía quitar mi sonrisa del rostro. Tras la puerta de salida un señor con bigote nos esperaba con un cartel que ponía Luis Cepeda. Luis le saludó y el muy amablemente se acercó a mí para darme dos besos y llevar mi equipaje.
Recorrimos el Paris nocturno subidos en aquel coche que conducía nuestro nuevo amigo, yo no podía despegar mi cara del cristal y Luis... Luis no podía quitar sus ojos de mí. Se divertía solo de ver mi cara de alucinada señalando todo sin ni siquiera haber bajado de aquel coche.
De pronto se detuvo el coche, habíamos llegado a nuestro hotel. Era realmente precioso. A un lado del rio Sena y justo delante de la torre Eiffel. Hicimos el check in y subimos corriendo a nuestra habitación. Tenía una pasión oculta que no había contado a nadie, me encantaba descubrir las habitaciones de los hoteles, siempre me dejaba sorprender por ellas, por cómo serían y esta no se quedó atrás.
Era realmente preciosa, el papel pintado con motivos florales ocupaba la pared donde estaba el cabecero, el resto de la habitación, blanca. Una gran cama de hierro forjado ocupaba gran parte de la habitación, dos mesitas a sus lados con libros y una cafetera. Al fondo, el balcón. Cubierto con unas preciosas cortinas de encaje. No pude evitarlo, tiré de las puertas y abrí aquel increíble balcón. Delante de mí, la Torre Eiffel iluminada.
- ¿Te gusta? – dijo Luis mientras me cogía por la cintura desde detrás – no has dicho casi nada desde que hemos aterrizado.
- ¿Bromeas? No puedo ni hablar. Me encanta Luis. – besó mi cabeza – Nunca nadie me había hecho tan feliz.
- Solo van a ser dos días, pero te prometo que los vamos a disfrutar como nunca.
- Me da igual cuanto tiempo dure, es contigo.
- Para siempre. – dijo susurrando en mi oído
- ¿Cómo?
- Yo quiero que sea para siempre Aitana.
Me giré para quedar cara a cara con él. Tenía tantas ganas de besarle, besarle hasta que me quedara sin ganas. De calmar este amor tan grande que sentía por él. ¿Cómo podía ser tan maravilloso? Cada día me sorprendía con algo nuevo, siempre para hacerme feliz.
Con un simple regalo me hubiese conformado o con cenar en algún restaurante o ir al cine a ver alguna de las nuevas películas estrenadas, pero no, eso no era suficiente para Luis Cepeda, él no era de esos, no le gustaba regalar fácil a él le gustaba sorprender, adrenalina, hacer las cosas así sin pensar.
Poco a poco sus besos fueron bajando por mi cuello, ahora ya no había marcha atrás. En la terraza una cama con cojines azules y un precioso dosel a juego. A horcajadas llegamos a ella, yo tirando de su camisa y el subiendo la mía. Le ayudé, el hizo lo mismo con la suya. Y ahora mis pechos. Eran tan pequeños que se le perdían en las manos, siempre he tenido complejo, pero a él le encantaban. Los besaba con mimo haciendo que yo me estremeciera. Me desabroché mis pantalones y de un manotazo me los quité en menos de dos segundos, después hice lo mismo con los de él dejando al aire sus calzoncillos, seguía usando sus mismos calzoncillos feos a cuadros, me había acostumbrado. Me hizo gritar al notar como su boca besaba mis partes más íntimas, nunca nadie había estada ahí, solo él, era su territorio. Jugueteé un poco con su fiel acompañante aunque no hacía falta mucho juego, él siempre se alegraba de verme. Tras jadear una y otra vez le obligué a que entrara dentro de mí, no podía más, necesitaba sentirlo así. Nos fundimos en uno, una y otra vez, sin parar, sin dejar de besarnos. Primero yo arriba, después yo abajo, así seguimos hasta llegar al orgasmo... tres veces, estaba realmente agotada. Pero esta era mi parte favorita, quedarme acostada a su lado, cara con cara, besándonos hasta que nuestra respiración se calmaba y con ella, nuestros ojos se cerraban.
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NO ES NECESARIO HABLAR
Roman d'amourTodo estaba en calma, como esa calma que aparece antes de un tsunami... demasiada calma para tanto tsunami, pero realmente, entre él y yo, no era necesario hablar de hecho entre nosotros, las palabras sobraban demasiado.