CAPITULO CUARENTA Y SEIS

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¿Te he dicho alguna vez que no hay nadie como tú?, Gracias. Gracias por todo cuanto has hecho por mí. El tiempo se nos va marchando y cada vez más rápido, así que tal vez esta sea una de esas etapas de la vida, solo quiero que esta la recuerdes conmigo. Porque momentos que tengo contigo los enmarcaría en el universo para verlos de aquí abajo todos los días.

Créeme si te digo que te quiero y que como tú pocos quedan todavía. Nunca jamás permitas que nadie te cambie. Porque tú vales tal y como eres, con tus virtudes y tus manías, me siento grande solo en pensar que no hay nadie en todo el mundo que me haya dado lo que tú me das.

Y sí, a veces tienen que pasar cosas malas para darnos cuenta de que tenemos que encontrar otras mejores. Porque ahí fuera, hay un millón y medio de oportunidades de reformar nuestra vida y yo voy a estar ahí a tu lado siempre que me necesites.

En este último año han pasado muchas cosas. Quizás descubrimos que el destino siempre da oportunidades y siempre nos quedarán los días de veranos. Porque cuando algo ha hecho temblar el mundo, queda su presencia más allá del abismo del tiempo de manera permanente.

Yo siempre intento darte lo mejor de mí porque sinceramente te lo mereces, dejas de lado cualquier cosa solo por hacerme un poco más feliz. Te vi levantar mis caídas consolar mis fracasos y sonreír mis triunfos. Hemos trasnochado, has escuchados a estos ojos cuando no los entendía nadie, conoces todas las noches en las que hicimos el amor en braille... con el tiempo me he dado cuenta de que no existe la perfección, y si existe, es la que me dan tus abrazos. Gracias, por estar siempre aquí, a mi lado.

- ¿Se puede saber qué haces? – preguntó Luis aún sin poder abrir bien los ojos.

- Escribo –le contesté cerrando la libreta y acariciando su pelo. – no podía dormir.

- ¿Mucha guerra? dijo acariciando mi tripa.

- Tenía mucha angustia y me he sentado para que se me pasara y así he acabado – dije señalando la libreta con la mirada.

- ¿Desde qué hora llevas así? preguntó mientras se incorporaba.

- Creo que eran las cinco y media o por ahí.

- ¡Llevas tres horas ahí sentada!

- Mamá – un adormilado Alberto cargando con su pequeño dinosaurio entraba en la habitación. – no pedo dormir más.

- Anda ven aquí renacuajo – le dijo Luis invitándole a entrar en la cama. El niño de un salto se metió en la cama. - ¿Recuerdas que hoy tenemos visita con el ginecólogo, verdad?

- Como voy a olvidarlo ¿Luis? – le dije observando como padre e hijo se abrazaban con el dinosaurio de por medio.

- Iremos al médico y después quiero llevarte a un sitio.

- ¿Un sitio? ¿Qué sitio?

- Es una sorpresa, si te lo digo, ya no es una sorpresa.

- Abeto tamben quere sopresa – dijo Alberto levantando la cabeza parar mirar de frente a su padre.

- Alberto se va a quedar con la tía Ana hasta que papá y mamá vuelvan ¿entendido?

- ¡No! – contestó el niño mostrando su enfado.

- Si, y se va a portar como un marqués, porque si no luego no va a tener helado. ¿Alberto quiere helado?

NO ES NECESARIO HABLARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora