- Y tú tranquila mi vida porque tú vas a ser mi princesa siempre, pase lo que pase. – le contaba mi madre a Julia que la tenía sentada en su regazo en el sofá de nuestro salón. – Tus padres se han adelantado un poco, son un poco descerebrados – yo negaba con mi cabeza desde una silla en la cocina, abierta al salón.
- Mamá sigo aquí ¿sabes?
- ¿No te da lástima? Es una bebota aún.
- ¿bebé? – gritaba Julia señalándome a mí.
- Mamá ya lo hemos hablado ¿vale? Sí me da lástima pero lo que voy a tener va a ser mi hijo igual.
- Tienes razón, lo siento cariño. – se sentó a mi lado – pero es que la veo... Bueno te veo a ti y todavía veo a mi niña. La flacucha. Que le encantaba trepar por todo a lo que se pudiera coger y estaba enamorada de su flequillo.... – sonreí. – Y te veo ahí, embarazada de tu segundo hijo y con ella revoloteando por la casa y me entra un nudo aquí – señalando su estómago.
- Mamaaaa – dije melosa. – te quiero tanto – la abracé. – sigo siendo la misma. Con unos kilos más. Menos ganas de trepar y sigo enamorada de mi flequillo – las dos reímos.
- Ya estamos aquí – escuchamos la voz de mi padre entrar.
- Papaaa – la niña corrió a la puerta para tirarse sobre su padre. Nos levantamos.
- Aitana – Encarna corrió donde yo estaba para abrazar y saludar a mi madre. – mírate, estás preciosa cariño. Te veo más delgada que con Julia.
- Sí, no estoy ganando mucho peso. Este bebé me está matando. – le informé.
- Luis – le di un par de besos a mi suegro.
- Mira que yo ya sabía que estabas embarazada – empezó Encarna. Yo hice cara de sorpresa. – Te lo noté en cuanto pusiste un pie en casa. Luego lo corroboré. Te hice tu tarta favorita y ni siquiera la probaste. Algo raro pasaba. – se fijaba en todo. – Igual que también creo que eso – señalando a mi tripa – es un chicarrón.
- Yo también lo creo Encarna.
- Ay no digáis eso, yo tengo esperanza en que sea otra nena. – decía mi madre.
- Yo también Belén – la apoyó Luis.
- ¡Pero si tú quieres un niño! – le dije dando un pequeño golpe en su brazo.
- ¿Cuándo he dicho yo eso? – preguntó él.
- No lo has dicho, pero lo sé.
- Mira la niña que lista. Lo sabe todo ella – continuó él. – ¿Qué os apetece comer? Hemos pensado pedir algo. Hace mucho frío en la calle como para salir.
- ¿Frío? Ya no te acuerda de Galicia ¿verdad? – le dijo su padre.
- El invierno en Madrid es duro – reí yo – pero no tanto como en Galicia.
- Podemos pedir algo de comida japonesa. ¿Os gusta? – dijo mi padre dirigiéndose a mis suegros.
- Papá no sé si la comida japonesa es del todo apropiada en mi estado – señalé mi barriga - ¿recuerdas?
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NO ES NECESARIO HABLAR
RomanceTodo estaba en calma, como esa calma que aparece antes de un tsunami... demasiada calma para tanto tsunami, pero realmente, entre él y yo, no era necesario hablar de hecho entre nosotros, las palabras sobraban demasiado.