CAPITULO TREINTA Y OCHO [PARTE 2]

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Clavando mi mirada en el techo, recostada y con las piernas abiertas de par en par sentía frío, soledad rodeada de tanta gente. Si yo me sentía así, no podía ni imaginar cómo se sentía Luis, podía escuchar su respiración desde detrás de la puerta.

- Vamos Aitana ¿Estás preparada? – me preguntó Laura sacándome de mis pensamientos – Hay que sacara a ese niño como sea. – asentí – vamos campeona. Ahora en cuanto te diga quiero que des un gran empujón, de los fuertes ¿vale? – volví a asentir sin perder el contacto de sus ojos, era a la única que conocía en aquella sala. – Ahora, vamos.

Noté como me desgarraba por dentro. Empujé tan fuerte que en un principio no salió ni aire por mi boca. Me cogí fuerte a esa cama y empujé todo lo fuerte que podía.

- Muy bien, venga, un poco más. Respira y otro de los fuertes ¿vale? Vamos pequeña – me dijo Laura a la par que acariciaba una de mis piernas abiertas a su cara. Esa mujer lo conocía todo de mí. – Ahora vamos, vamos, un poco más – grité con todas mis fuerzas, pero es que no quería salir... - Ya veo la cabeza, avisad al padre. Venga Aitana tu no pares ya sale la cabeza. Así muy bien.

- Cariño – entró corriendo Luis para quedarse a mí lado y yo solo podía que llorar. - ¿Estas bien? – asentí.

- Ya tenemos fuera los hombros – nos informaba Laura – Venga ahora sí que ya no te vas a escapar pequeño. Un empujón súper fuerte Aitana.

- Dame la mano, vamos – me dijo Luis ayudando a incorporarme para empujar mejor.

Y entonces lo noté, me lo arrancaron de dentro. Hizo como ventosa por el tirón y caí recostada en la cama, controlando mi respiración para que volviera a su estado natural.

Tras siete horas empujando, a las 3:15 horas llegó al mundo Alberto para revolucionarlo todo.

Miré a mi alrededor y todo estaba en calma, solo se escuchaba el llanto del bebé y al girarme el llanto de Luis, desconsolado, mirando en todo momento al niño que acababan de sacar de mi interior.

- Cariño – dije acariciando su mano.

- He pasado mucho miedo – me dijo suspirando. – Aitana si te llega a pasar algo... yo me muero – me acerqué para besarle.

Le cortaron el cordón umbilical que llevaba enroscado por el cuello y lo llevaron rápidamente a lavar, apenas pude verle la carita. No paraba de preguntar qué pasaba, porque todo el mundo estaba en silencio, hasta que llegó Laura con el pequeño en brazos para posarlo encima de mí.

- Eh, pequeñín – dije acariciando sus mejillas – príncipe de mamá.

- Venga vamos – dijo uno de los médicos que seguí mirándome como si fuera a analizarme.

- Nos lo tenemos que llevar – dijo Laura arrebatándome a mi hijo de mis manos.

- ¿Pero? – pregunté - ¿Por qué? ¿Qué pasa Laura? – nadie contestaba - ¿Luis? – se iban con el niño en brazos y nadie me daba una explicación – Ve con ellos corre, no le pierdas de vista Luis. – le dije llorando.

- ¿Tú estás bien? – preguntó antes de salir corriendo.

- Sí venga, vete. – y salió corriendo de aquella sala que había quedado vacía. Solo quedábamos Amparo, que cosía el precioso rasgado que me habían hecho y yo.

NO ES NECESARIO HABLARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora