Caminando el viernes pasado por la Ciudad Blanca recordé cuando quería venir acá. Cuando esté era mi futuro y mi esperanza. Recordé el placer que sentí por esas calles caminando y pensando tarde enteras, tardes que llamaba de vagabundeo, tardes en las que sentía la corriente del tiempo contra mi cara sin preocupación, en la que sentía que hacía algo por mi futuro. La blancura de la ciudad me permitía hacer una analogía con la paz de alma, que sentí aquellos días sin afán, de soledad apacible, sin más problemas que el futuro y el potencial desaprovechado. Claro está que ahora la recuerdo así, porque en todo recuerdo se trastoca lo real, y le pongo el énfasis a lo bello y placentero, que tal vez en aquel tiempo se vio minimizado por la necesidad y el deseo. Eso sí allá me sentía seguro, triunfante, reconocido. Sentimientos que quiero replicar en esta ciudad. Cuando volví hace ocho días a ese lugar, recordé esos sentimientos. Recordé a los otros aprendices de mago y amautas que me encontré en esta ciudad, y que resultaron ser mis amigos. En compañía de uno de ellos recordé en mis días por allá la sencillez y la lealtad.
Con el y otros recordé en una noche bohemia, que venía de un lugar distinto, en contravía, invisibilizado. Qué debía tenerlo presente siempre para no dejarme contagiar de la plasticidad en esta ciudad feroz.
En este lugar volví a liberarme al explayarme en el horizonte con la belleza de paisajes encantados. Con el verde de todos los colores y la musicalidad del sur ¿por qué vengo a buscar magia acá si vengo de un lugar encantado? Seguramente por despertar en mí el mismo mecanismo del recuerdo que desvanece lo malo y hace notables las bondades.
Ahora también soy consciente que al descender a este valle busco ingredientes que son propicios para mi magia y que sólo he escuchado se producen en estas tierras. Nunca he sido ser de una sola tierra, soy un caminante, y trato de recoger lo más provechoso de cada lugar.
Por otro lado, y hablando de lo propio de estas tierras, recordé el desencuentro que viví en las tierras altas la semana pasada, cuando desde el alto morro miraba el atardecer e invocaba a la bella india, que sólo una vez me dio el placer de aparecerme y me dejó prendado. Pero que ahora, cómo espíritu rebelde a mí o cómo consecuencia de mi fatal hado, salía del lugar cuando yo llegaba. El sol caía y ella se alejaba, mi soledad se hacía patente con el contraste del crepúsculo, que matiza las tonalidades del alma. Y ahí sentí que la quería y que cómo a ninguna en este momento añoraba, sólo de su cariño sentía la necesidad, de la alegría versátil del enamoramiento. Aquel éxtasis que quiero para algún instante. Qué quise encontrar allá, en esos días, cómo un premio para él que apuesta, cómo aquellos pocos momentos que han permitido acertarle al conjuro y han dado cómo resultado la ganancia improbable y la alegría más pura que ninguna. Aquella dosificada alegría de la que insaciablemente estoy siempre ansioso y qué busco aquí y allá. Aquella pócima para amar la vida, tan escasa, tan exótica ¿Podrías dármela tú, india de espíritu alegre?¿podrías dármela tú si estuvieras aquí? ¿podrías aceptar mi amor libre?
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HOJAS AL VIENTO
AventuraEl diario de un joven que llega a una nueva ciudad con el afán de conseguir sus sueños. El reto de vivir una vida poética.