A pesar de que salvaguardamos el fuego que alimenta las entrañas de la tierra, nuestro hogar es frío. Cuando llegas a él, es cómo si te sumergieras en agua helada. Pero el aire que se respira es revitalizador. Allí estaba nuevamente, en lo más alto de la montaña, había llegado de noche. La silueta de la montaña viva apenas era perceptible. La Luna Menguante hacía una cuna maternal. Había vuelto de pasada a mi tierra, para ofrendar este nuevo reconocimiento, había vuelto a recordar mi propósito. Trabajar por mí, también era trabajar por mi tierra. Esta era una fabrica de magia, un baluarte de la ilusión de la vida. Pero estaba marchita por el olvido, estaba cabizbaja por la derrota, y parecía apartada del mundo por grandes abismos. Yo había descendido al mundo para demostrar que esos abismos no eran tan grandes y podría la magia verde de mi tierra regarse por el mundo, era la ilusión de mi tierra, la esperanza para el mundo. Yo llevaba la incandescente lava en mi corazón, y donde yo estaba, estaba ella. Su verde de todos los colores, su gris perenne que no es sinónimo de tristeza, el vaporoso vaho de una nave estancada en el tiempo.
Aquí estaba junto a la Reina de nuevo en su castillo, cálido en su burbuja. Al día siguiente nos consagramos al rito para rehacer el espíritu. Nos alejamos de la ciudad y nos fuimos a las afueras. Este día no era gris, el sol de los Pastos nos bañaba con su energía, nos recargaba. Nuestros ojos se llenaban de horizontes, el encanto ancestral de paisajes de tonalidad sin igual. La fortaleza rodeándonos construida con piezas verdes azuladas. Las vigías blancas de una pureza increíble. El tejido, el misterio, el misticismo. Probamos el alimento sagrado, el alimento curativo nos devolvería la fuerza. Y luego separarse un momento de la Reina, para rendir culto a la amistad, esos espíritus festivos que logran romper la limitación del tiempo y te acompañan siempre, y animan tu espíritu. Una era una guerrera, audaz y bella, quien podía ver tu poder. El otro era un ermitaño, de voluntad férrea y de una lealtad incomparable. Otros espíritus esquivo se escondió de mí, esto me causó tristeza, pero no me puse a meditar en ello. Pero el viaje terminó rápido. Pero comprendí que no sólo era suficiente la investidura recibida, sino que también tenía que venir a recargarme, a probar la tierra. A reforzar mis energías, a templar mi espíritu con un sacudón helado. A recordar la forja de mi ser, mi palacio cálido en el Reino de mi Padre Efesto. Para así volver fortalecido al Jardín de las Delicias. Para descender de nuevo a mi presente ¿Busco la magia o llevo la magia?
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HOJAS AL VIENTO
AventurăEl diario de un joven que llega a una nueva ciudad con el afán de conseguir sus sueños. El reto de vivir una vida poética.