Querida Princesa:
Escribo a pesar de que me caigo del sueño. Un día placentero también cansa, pero se va a la cama satisfecho, y más con la esperanza de que mañana es otro día de paz. Hoy estuve en París acompañando a mi amigo Marcel, asistiendo la enfermedad de su abuela. La mayor parte del día la pasé en esa visita, notando cada fase de su agonía, y todas las formas por las que intentaron conservarle la vida. Había sufrido un derrame cerebral leve y tenía un mal que no se podía sanar muy bien en ese tiempo, y me hizo acordarme de un hecho que tal vez no te he contado. A veces cuando me quejo de la existencia o cuando la veo con desesperanza, y me dicen, pero cómo puedes pensar así si has tenido una vida maravillosa, lo cual puede que sea cierto hasta algún grado o bajo una perspectiva. Pero no sólo han sido las vivencias de mi vida la que me han inspirado estas ideas fatalistas, sino también el sufrimiento absurdo y cruel de otros. Uno de ellos, el de mi misma abuela, a quien contemple en una enfermedad más que larga. Cuando yo tenía dos años sufrió un derrame cerebral y quedo paralizada de todo el lado derecho de su cuerpo, ahora toda su mitad no era más que una carga para ella, eso le impedía caminar, y también hablar. Y así estuvo dieciséis años, confinada a una silla de ruedas, dependiente de todo de los demás, hasta en sus necesidades más básicas, mirando la vida pasar por la ventana. Dime si ese no es bastante sufrimiento ¿qué karma podría estar pagando ella? Siempre escuché de sus hijos que había sido una muy buena madre, justa y consagrada. Enfermera de profesión, muy culta, pero cargando primero el peso de un esposo borracho. Para terminar así durante tanto tiempo, recuerdo que dos días antes de morir, le pregunte si quería la muerte, si la deseaba, y me dijo que sí, cómo en aquel tiempo era muy religioso, le ayudé a hacer una plegaría de entrega del alma, a los dos días murió, y murió sola, porque nadie de nosotros estuvo con ella en ese momento en el hospital ¿qué pudo haber pensado ella todo esos años? ¿acaso deseo desde antes la muerte? pero no tenía ni esa posibilidad, ni de hacerlo, ni de comunicarlo. Aún así recuerdo cómo estuvo presente durante toda mi infancia y mi juventud, cómo fue mi compañía y yo la suya, sentí por ella un cariño tan puro cómo no lo he sentido por nadie, pero también su estado configuro en mi ser la semilla del escepticismo ¿cómo creer que puede haber justicia?¿cómo no pensar que la muerte es un descanso? Toda esta historia llevo en mi ser, cómo una gran cicatriz, que aún duele al tacto. Y todas esas sensaciones y recuerdo fragmentados, me hizo recordar la corta convalecencia de la abuela de Marcel, en relación con la larguísima de la mía. Pero bueno, eso no me lleno de sentimientos tristes, y no logran conmoverme esas injusticias existenciales, sólo ratifican mi sobriedad.
Pero el resto del día contrario a las experiencias amargas que presencie y evoque. Fui a hacer un rito de purificación hedonista, una limpieza. Me sumergí en aguas en las que recordé mi pasado acuático, luego del agua, dejé que el fuego hiciera salir las toxinas de amargura de mi espíritu. Me sentí plácido. Y en ese estado contemplé la belleza a mi lado, la nueva casta. La casta de los bellos, antes la sangre determinaba la clase alta, ahora lo hace la piel, una apariencia conforme a los parámetros generales, el encanto emanente, de unas equilibradas proporciones y un rostro enternecedor. Es cierto que el culto a la belleza no es nuevo, pero nunca fue tan fuerte cómo ahora. Es cierto que la belleza es un parámetro impuesto, pero, qué bien tenemos lavado el cerebro, incluso quienes nos la damos de decolonialistas. Pero cuando yo estoy al lado de aquellas exquisitas apariciones me siento contrariado. Por un lado el deseo me recrimina por sentirme incapaz de tomarla, y por otro me extasía la contemplación. Pienso que el deseo es igual en todos, pero tengo cómo fortaleza que a pesar de no ser inmune a él, si soy desprendido, es decir, no daría todo por alcanzar una belleza de esa magnitud, eso me ha hecho hasta cierto punto libre, porque sino quizá ya estaría en la ruina. Aún no sé si los demás sólo se deleiten en la contemplación o sientan como yo el agridulce que mi espíritu ambicioso me hace sentir.
Finalmente, después de estar disertaciones que no sé que suscitarán en ti, recuerdo con agrado el bello momento de nuestra conexión del día de hoy al comenzar la tarde, cuando pudimos tener una comunicación amena, acompañada de la contemplación del magno espectáculo de una tormenta hermosa. Las nubes se desplomaban entregadas y los vientos jugueteaban con el agua y las hojas de los árboles en todas las direcciones. Los truenos retumbaban en la casa y los rayos nos saludaban a fogonazos. Tu dulce voz alegre me contaba historias perversas de seres inocentes y juntos imaginamos una escapada. A diferencia de ayer no sentí contrariedad en la intromisión, aunque sí pensé en que te cuesta mucho el desapego, pero la comunicación fue alegría mutua.
Con todo mi amor, renovado para ti
Un hedonista consagrado.
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HOJAS AL VIENTO
AventuraEl diario de un joven que llega a una nueva ciudad con el afán de conseguir sus sueños. El reto de vivir una vida poética.